viernes, 19 de abril de 2013


LA SALUD ES UN DERECHO NO UN NEGOCIO
Actualmente se debate la reforma al sistema de salud.  Se llega a este punto por  varias razones. La primera es que nunca la salud había recibido tanto dinero, tantos recursos como con el modelo de salud que hoy opera.  Una segunda, nunca los servicios de salud habían sido tan deficientes e inhumanos. Mas plata y peor servicio. El meollo del asunto está en la concepción de salud inherente al modelo vigente. Para la ley 100,  guía de la salud en Colombia, ella no es un derecho, sino un servicio. Para acceder a un servicio hay que pagar. Ya sea que el estado pague mediante subsidios buena parte de los costos por los enfermos, ya sea por pagos parciales, es decir con copagos, o que el paciente pague todo o casi todo, por ejemplo, medicina prepagada, régimen contributivo o medicina particular.
 El problema central a abordar en esta reforma es definir si lo que se necesita es una modificación en la que la salud siga siendo un negocio rentable o que la salud se entienda y se organice como un derecho fundamental de todos los colombianos bajo la responsabilidad del estado. Responsabilidad que por ser sobre un derecho fundamental sería indelegable.
Definir el sistema organizacional de la salud como un servicio, es pensar en ganancias, en negocios, en rentabilidad y utilidades. Esta es una decisión política, sin sustento académico ni científico. No obstante, las grandes empresas privadas que se han beneficiado de las ventajas obtenidas en la salud, han financiado estudios e investigaciones académicas para justificar sus negocios, concluyendo que el modelo no se puede modificar, y que hacerlo sería catastrófico. Además, acusan  a los que defienden el derecho a la salud, como enemigos del sector privado, vetustos pregonadores de ideologías extrañas, etc., tratando de ocultar una posición política democrática, que pretende defender un derecho de todos así como el ordenamiento jurídico y constitucional del país.
La diferencia fundamental de las dos posiciones es la participación de actores privados que hacen las veces de intermediarios en el sistema, ya sea administrando, gestionando o manejando los recursos financieros y buscando obtener el máximo de utilidad y ganancia. Por eso buscan aumentar los precios de los medicamentos, disminuir o retardar la atención de los pacientes, escalar los recobros de servicios o desviar y apropiarse de los recursos de la salud con fines ajenos a la utilidad pública. La intermediación privada en el sistema de salud es una limitación para el disfrute del derecho a la salud. Si la salud es un negocio para el disfrute de pocos, es por la presencia de verdaderos mercaderes de la muerte que saquean el erario y atentan contra la vida e integridad de la sociedad en general.
El sistema de salud está en crisis  por la presencia de intermediarios privados que han obtenido el máximo de utilidades a costa de millares de pacientes que han visto deteriorar su salud. Sería estúpido pensar que un sistema al servicio de los intermediarios privados, sumergido por ellos en una crisis profunda y aguda, se superará mejorando las ventajas y gabelas para los privados. El estado tiene la obligación constitucional de defender los derechos y los intereses colectivos como el derecho a la salud. ¡No lo olvide!
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jueves, 11 de abril de 2013


DELINCUENCIA Y PACTOS CIUDADANOS
En el colegio cuando estudiábamos el bachillerato, compartimos muchas alegrías. Jugamos fútbol juntos. En muchas fiestas brilló su alegría. Queríamos estudiar en la misma universidad. Su hogar lo armó desde antes de iniciar su carrera. Viajó a Bogotá y se graduó como ingeniero catastral. De su padre, líder conservador, heredó su liderazgo y convicciones. La vida, luego de varios años nos juntó para que yo fuera el médico de su familia. Compró un terreno en la zona rural de Ibagué, en límites de las veredas la Esperanza y Carrizales. Allí se estableció en la que denominó finca los Cocoy’s. Con ese apelativo aprendí a quererlo.
El miércoles pasado en la tarde, su finca fue abordada por maleantes. Estaba solo. Lo amarraron de pies y manos y lo amordazaron. Arrodillado y sometido, lo acuchillaron múltiples veces por la espalda hasta matarlo.
El año pasado, por estas fechas, el alcalde de Ibagué, en acto público, lanzó su estrategia de los Pactos Ciudadanos para la seguridad y la convivencia. Buscaba realizar alianzas entre la ciudadanía y las autoridades para mejorar la tranquilidad y la vida en común. Pactos para que la ciudadanía pudiera, sintiendo el respaldo y la discreción de las autoridades, denunciar sitios donde se expenden psicoactivos, se compran objetos robados o simplemente se delinque. Los ciudadanos saben de muchos delincuentes pero no se atreven a denunciar por las represalias que ellos puedan tomar cuando la justicia no sea eficiente.
Los Pactos Ciudadanos permiten que la ciudadanía se organice para gestionar de manera compartida la rehabilitación vial de sus barrios y veredas, la recuperación de sus parques y prevención de enfermedades con el Dengue. Cuando la administración ejerce liderazgo cívico los ciudadanos responden, trabajan, ayudan, aportan ideas y proyectos, cuidan y protegen.
Señor alcalde, ¿por qué esos Pactos tan bien intencionados se quedaron en simple alharaca y no se convirtieron en realidad? Usted sabe muy bien que cuando una comunidad está unida, cuando su tejido social es fuerte, a la delincuencia se le cierran espacios y las posibilidades.  También se genera desarrollo y sentido de pertenencia. Se fortalece la democracia, la inclusión y la participación ciudadana. Una comunidad cohesionada está atenta a todos sus vecinos, se cuidan entre ellos y es solidaria cuando alguien solicita ayuda.
Juan Antonio Londoño Gómez “Cocoy” fue asesinado en medio de la indiferencia y la soledad. Si alguien vio algún sospechoso, no dijo nada. Si alguien escuchó gemidos o golpes, prefirió no meterse, no averiguar o dedicarse a asuntos propios… Señor alcalde, si usted dio la orden de organizar los Pactos Ciudadanos por la seguridad y la convivencia ¿por qué no funcionan y seguimos enterrando ciudadanos honestos, solidarios y trabajadores, porque el tejido social sigue hecho jirones o simples retazos? Usted ordenó que se trabajara de la mano con la Policía Metropolitana en el tema, pero hay funcionarios que se lo pasan por la faja y no le obedecen.
Que dolor se apoza en el alma cuando hay que enterrar seres humanos buenos, limpios, de corazón sereno. Se me nubla la mirada recordando la vil humillación a la que fue sometido mi amigo. Pero más me mueve a rabia pensar que sigan ocurriendo actos similares y no hagamos nada, aparte de lamentarnos, dar sentidos pésames y asistir a honras fúnebres.
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domingo, 7 de abril de 2013


EL TIEMPO Y EL RESPETO DEL OTRO
El desarrollo del capitalismo ha contribuido a transformar las mentalidades de las personas que componen una sociedad. Una transformación tiene que ver con la noción del tiempo. Como lo importante es producir y obtener mayores ganancias, maximizando resultados con los menores esfuerzos e inversiones, el tiempo se convierte en elemento clave. Ahorrarlo es fundamental. El tiempo se valora como un material precioso y escaso. El tiempo es oro.
¿Pero si el tiempo es oro por qué se desperdicia? Veamos ejemplos. En las entidades bancarias existen carteles que anuncian que la atención va de unas horas a otras, digamos de 8 a 11 y media de la mañana. Si usted llega puntual a las 8 se va a encontrar con situaciones ridículas: la persona encargada llaga a su puesto, prende su equipo, acomoda su escritorio, espera que cargue la información en su ordenador, revisa y prepara los sellos y demás enseres. Usted aguarda en la fila su turno con paciencia. Ya se ha perdido más de un cuarto de hora. Detrás de usted hay varias personas y hay más esperando frente a las demás ventanillas de atención al público. Muchas personas pierden horas enteras para hacer sus trámites. ¿Cuánto vale el tiempo de los clientes que sufren porque se cayó el sistema?
En instituciones de salud lo peor que le puede pasar a un ciudadano es llegar a la hora del cambio de turno. La persona enferma tendrá que esperar un rato largo para ser atendida. El personal que sale está afanado por entregar el turno y el que llega lentamente lo recibe. ¿Quién responde si el paciente empeora mientras aguarda? ¿Cuánto vale el tiempo de un enfermo? ¿Quién le recupera el tiempo, la salud o la vida a un paciente que debe esperar a que lo atiendan o le den una cita o una autorización?
La puntualidad es una demostración de respeto hacia los demás. No se debe disponer del tiempo de los otros e irrespetarlos haciéndolos esperar. Uno entiende que existen situaciones contingentes que es imposible subsanar, como tormentas que impiden los vuelos, o accidentes que bloquean las vías. Pero la puntualidad en los horarios en los aeropuertos y en las terminales de transporte no es la regla. Igual ocurre cuando se contrata un trabajo de carpintería, de tipografía, de latonería, de fontanería o pintura. Se comprometen que el trabajo lo entregan en una fecha, usted programa sus cosas y luego viene el dolor de cabeza por el incumplimiento. ¿Ese tiempo perdido quien lo paga?
Algunas directivas de instituciones educativas programan reuniones pensando que los padres de familia no trabajan y en pleno horario de oficina son citados a recibir los boletines de sus hijos. Si los padres no asisten sus hijos son recriminados. Si los padres faltan a la cita dejan al garete sus asuntos laborales. ¿Quién se preocupa por este desperdicio de tiempo?
Los japoneses y coreanos se precian de entregar sus productos justo a tiempo. Tanto los trenes como el metro ingleses se jactan de su puntualidad milimétrica. El respeto por el prójimo y los compromisos son valores que ellos aprecian y defienden. Si investigan y cuantifican los tiempos que se dilapidan en este país, verificarán la cantidad de dinero que perdemos. www.agustinangarita.com