CULTURA
CIUDADANA
No
se es ciudadano por nacimiento, sino que
nos hacemos ciudadanos en la medida de nuestras acciones, de la manera como
tratamos y somos tratados por los demás. La ciudadanía requiere ser aprendida,
enseñada, transmitida en el hogar, la escuela, en la calle, en el trabajo, en
todos los espacios de convivencia. Son reglas de juego para vivir en comunidad
que deben ser asumidas por todos los miembros de una colectividad y además, ser
reafirmadas y refrendadas permanentemente. A estas normas cívicas para la
convivencia se les ha denominado como cultura ciudadana.
La
cultura ciudadana pretende mejorar la gestión pública y privada, ampliar y
profundizar la participación ciudadana y la cultura democrática, asumir
responsabilidades compartidas y generar procesos de movilización social por el
bien común. Cada comunidad establece unos patrones de cultura cívica
particulares, válidos sólo para ella. Estos parámetros no son estáticos y se
transforman con los cambios sociales.
Para
que una sociedad acepte estos cambios voluntarios de comportamientos colectivos
debe existir una integración fuerte y dinámica entre las normas o leyes, la
moral y la cultura. Es decir, solamente ocurren cambios culturales cuando los
valores morales de los ciudadanos van en la misma dirección de la ley y estos
valores son compartidos por todos en la vida diaria. En otras palabras, que el
ciudadano entienda e interiorice la ley, la asuma como legítima y actúe en
concordancia, tanto él como los demás ciudadanos.
En
el país las leyes no son legítimas. Una vez se expiden la ciudadanía en lugar
de acomodarse a ellas y comportarse en coherencia, busca inventarse como saltarse
la norma, como evadirla, de ahí el decir popular: hecha la ley, hecha la
trampa. Este comportamiento a corto plazo puede dar algunos frutos y ventajas.
Pero para la vida en colectividad, es dañino y erosiona la confianza y a
convivencia.
Es
urgente el reforzamiento cultural en la ciudadanía de buenos comportamientos,
de cambios de actitudes y cambios de percepción de los habitantes del
municipio. Se deben mejorar las relaciones de los ciudadanos con las leyes y
con las normas sociales. Estimular la capacidad de los ciudadanos para
cooperar, para ser solidarios y llegar a acuerdos sobre el bien común. Además,
se debe llegar a ser capaces de llamar la atención de manera amable a otros
cuando incurren en comportamientos inadecuados.
Lo
anterior será estéril si no se combate la arbitrariedad, se genera confianza en
las instituciones y se fortalece el sentido de lo público. Así la ciudadanía
podrá a prender a apropiarse de la ciudad, a usarla valorando y respetando su
ordenamiento propio y a entenderla como un patrimonio común. Las autoridades no
deben limitarse a expedir las normas rematándolas con un “comuníquese y
cúmplase”. Hay que ampliar este final por un “comuníquese, explíquese,
compréndase y ahora sí, cúmplase”. Solo así se transforman las creencias,
tradiciones y costumbres de una sociedad.
Un
último aspecto. No es únicamente la coerción, la fuerza y la autoridad lo que
impulsa la convivencia. El principio de solidaridad es el verdadero motor de la
acción. La solidaridad como un actuar entre iguales. En Ibagué necesitamos construir
entre todos cultura ciudadana para vivir mejor.
@agustinangarita