lunes, 27 de enero de 2014

CULTURA CIUDADANA

No se es  ciudadano por nacimiento, sino que nos hacemos ciudadanos en la medida de nuestras acciones, de la manera como tratamos y somos tratados por los demás. La ciudadanía requiere ser aprendida, enseñada, transmitida en el hogar, la escuela, en la calle, en el trabajo, en todos los espacios de convivencia. Son reglas de juego para vivir en comunidad que deben ser asumidas por todos los miembros de una colectividad y además, ser reafirmadas y refrendadas permanentemente. A estas normas cívicas para la convivencia se les ha denominado como cultura ciudadana.
La cultura ciudadana pretende mejorar la gestión pública y privada, ampliar y profundizar la participación ciudadana y la cultura democrática, asumir responsabilidades compartidas y generar procesos de movilización social por el bien común. Cada comunidad establece unos patrones de cultura cívica particulares, válidos sólo para ella. Estos parámetros no son estáticos y se transforman con los cambios sociales.
Para que una sociedad acepte estos cambios voluntarios de comportamientos colectivos debe existir una integración fuerte y dinámica entre las normas o leyes, la moral y la cultura. Es decir, solamente ocurren cambios culturales cuando los valores morales de los ciudadanos van en la misma dirección de la ley y estos valores son compartidos por todos en la vida diaria. En otras palabras, que el ciudadano entienda e interiorice la ley, la asuma como legítima y actúe en concordancia, tanto él como los demás ciudadanos.
En el país las leyes no son legítimas. Una vez se expiden la ciudadanía en lugar de acomodarse a ellas y comportarse en coherencia, busca inventarse como saltarse la norma, como evadirla, de ahí el decir popular: hecha la ley, hecha la trampa. Este comportamiento a corto plazo puede dar algunos frutos y ventajas. Pero para la vida en colectividad, es dañino y erosiona la confianza y a convivencia.
Es urgente el reforzamiento cultural en la ciudadanía de buenos comportamientos, de cambios de actitudes y cambios de percepción de los habitantes del municipio. Se deben mejorar las relaciones de los ciudadanos con las leyes y con las normas sociales. Estimular la capacidad de los ciudadanos para cooperar, para ser solidarios y llegar a acuerdos sobre el bien común. Además, se debe llegar a ser capaces de llamar la atención de manera amable a otros cuando incurren en comportamientos inadecuados.
Lo anterior será estéril si no se combate la arbitrariedad, se genera confianza en las instituciones y se fortalece el sentido de lo público. Así la ciudadanía podrá a prender a apropiarse de la ciudad, a usarla valorando y respetando su ordenamiento propio y a entenderla como un patrimonio común. Las autoridades no deben limitarse a expedir las normas rematándolas con un “comuníquese y cúmplase”. Hay que ampliar este final por un “comuníquese, explíquese, compréndase y ahora sí, cúmplase”. Solo así se transforman las creencias, tradiciones y costumbres de una sociedad.
Un último aspecto. No es únicamente la coerción, la fuerza y la autoridad lo que impulsa la convivencia. El principio de solidaridad es el verdadero motor de la acción. La solidaridad como un actuar entre iguales. En Ibagué necesitamos construir entre todos cultura ciudadana para vivir mejor.
@agustinangarita 

jueves, 16 de enero de 2014

POLITICA, LEALTAD Y DESARROLLO

Con frecuencia escuchamos hablar de la lealtad. Sin embargo no existe un consenso en la manera de entenderla. Los mismos filósofos no se han puesto de acuerdo en el asunto. Para poder acercarnos al tema podemos decir que hoy coexiste una visión feudal, con una expresión moderna.
La concepción tradicional de la lealtad es la adhesión a un soberano, a un gobierno. Es la devoción personal a un gobernante y a su familia. Una adscripción a una persona o a una causa. Esta es la forma tradicional como algunos jefes políticos asumen a sus correligionarios. Creen que son cosas u objetos de su propiedad. Se les escucha decir: mis votantes, mi cauda, mis líderes, mis funcionarios. Exigen que se cumplan sus lineamientos, deseos y caprichos al pie de la letra. Les encanta tener a su lado, no a compañeros sino casi a lacayos, personas incondicionales que estén dispuestas a sacrificar su dignidad, si es necesario, para obtener la bendición y canonjías del jefe. Deben obedecer a raja tabla, sin musitar palabra ni contradecir.
La lealtad moderna es otra cosa. Según Royce, es una virtud que se constituye en el centro de nuestros deberes. Es ser fiel al compromiso activo de defender lo que se cree y a quien se le cree, no importa si las circunstancias sean buenas o malas. Esta lealtad debe ser libre, sin coerción, reflexiva, práctica, con un compromiso pleno por una causa. Es una lealtad fundamentada en el respeto tanto del jefe como del subalterno. Está relacionada íntimamente con la responsabilidad, la prudencia, la perseverancia, la dignidad, la justicia y la verdad. Una lealtad entendida así es la llave que solidifica las relaciones humanas y consolida la confianza mutua.
La lealtad feudal no genera respetos, lo que incuba son mojigaterías e hipocresías. Es por eso que muchos jefes exigiendo esta lealtad resultan débiles ante la adulación y presa fácil de alabanzas mendaces. Como el jefe quiere una adscripción casi perruna, le encanta que al chasquear sus dedos, sus súbditos muevan la cola, salten agradecidos y les brillen los ojos significando mansedumbre y obediencia plena. Para una comunidad esto debe ser sinónimo de atraso y una real talanquera para el progreso.
Las sociedades modernas necesitan ciudadanos diferentes a los de las costumbres feudales. Exigen personas críticas, creativas, con iniciativa y carácter no simplemente obedientes y mansos. Los jefes urgen a su lado ciudadanos comprometidos, dedicados, rigurosos, con el valor civil de hacer ver los errores con decencia y reconocer los propios. Para que una sociedad progrese y se encamine por los senderos del desarrollo necesita ciudadanos que hagan las cosas bien, que cumplan con su deber, pero que estén atentos a cambiar, a transformarse y a transformar, a no evadir responsabilidades y a buscar soluciones conjuntas a problemas cotidianos.
Cuando vivimos los enfrentamientos entre instituciones en el país (Fiscalía contra Contraloría, las altas Cortes entre sí o con la Procuraduría) pensamos en la debilidad del estado y la necesidad de reformarlo para fortalecerlo. Lo que se necesita con urgencia y no se ve cercana, es una transformación de la clase política, empezando con la concepción de lealtad.

@agustinangarita

lunes, 13 de enero de 2014

GITANOS, AMOR Y SABIDURIA

Por la formación católica que recibí en casa, aprendí un postulado que se volvió por años guía de mi vida: el amor es dar. Por eso, como expresión de sentimiento buscaba a toda costa poder darle a los seres cercanos y queridos. Pero la vida se reserva espacios para hacernos reflexionar sobre las cosas que se ha creído que son así y para siempre.
Caminando por alguna ciudad extranjera me abordó una gitana. Era una mujer entrada en años, abundantes arrugas, manos seguras y mirada avasalladora. Se vive prevenido con los gitanos por la fama de embaucadores, timadores y mentirosos. Ella, con un ramito de mirto entre sus dedos, ofreció leerme la mano y adivinarme la suerte. Al negarme rotundamente, me increpó que no era una ladrona ni una buscona. Que a su edad solo quería conversar con la gente. Que la invitara a una copa de vino.
Mi voluntad cedió y resulté en un bar tomando con ella una botella de Rioja. Hablamos de muchos temas, de la vida, de la muerte, de la dicha, la fortuna y la pobreza. Después de un rato terminamos en el postulado que sobre el amor yo tenía. La gitana escuchándome con detalle, me dijo: está equivocado. Eso es lo que piensan las personas que creen que el afecto se compra o se obtiene a través de regalos y cosas por el estilo. Es una mirada mezquina al afecto, me expresó. La sociedad capitalista, experta en acumular cosas, nos ha hecho pensar que el amor se manifiesta en los objetos que se obsequian, y que entre más costosos, mejor. Me repitió enfática: todo eso es falso.
Su voz denotaba seguridad. El amor es darse, entregarse, es ofrecerse uno mismo como tributo, como expresión suprema del afecto por la otra persona. ¿De qué sirven regalos, si usted no está de cuerpo y alma en la relación? Es más importante ser omnipresente que dar cosas materiales, que si bien son apreciadas, no llenan el alma ni el corazón. En el amor, debe usted estar pendiente, en todos los aspectos, de su pareja. Si vive dedicado a ella, le aseguro que lo notará y lo apreciará. Así que tome la iniciativa, entréguese, dese a sí mismo en el amor, en la vida y en todas sus cosas. Atrévase. Si usted espera que le den para dar, y su pareja hace lo mismo, resultan dos esperando eternamente. Si en todas las cosas que usted emprende en la vida, se entrega con devoción y pasión, es autocrítico, propositivo e inteligente, serán muchas las satisfacciones que va a cosechar. ¿Y si no dan, que hace uno? Pregunté. Olvidarla, porque no merece.
Se paró y me clavó sus ojos negros mientras escanciaba en su copa los últimos rastros de la segunda botella. La apuró de un golpe, me pidió unos billetes y se marchó caminando segura y sin mirar atrás. Mi corazón la acompañó hasta que a lo lejos no fue sino una sombra que se perdió entre el gentío de la calle en verano. Luego pensé en la sabiduría popular y en lo muy poco que la apreciamos…