jueves, 29 de agosto de 2013

LA PUBLICIDAD ENGAÑOSA

En el mundo capitalista actual que gobierna el mercado, todo se ha convertido en una mercancía. La mano de obra, el tiempo libre, la salud, la seguridad, la recreación y hasta la misma virginidad hoy se compran y se venden. El vehículo expedito para este mercado es la publicidad. Cualquier producto para poderse vender apela a la publicidad para llegar a manos de los consumidores. Y la publicidad es eficiente y se sofistica cada vez más.

Esto es lo que sucede y no sería problema si no se encontrara a diario que existe publicidad que apela a argucias y artimañas para engañar a los compradores. Los casos abundan.

En almacenes de cadena, que ahora se denominan grandes superficies, es común encontrar imponentes avisos, estratégicamente ubicados, que anuncian suculentos descuentos para un producto determinado. Al comprador desprevenido le llama la atención la cifra que le ofrecen como descuento, pero no se percata que en letra poco destacada y que sólo es visible si se fija con cuidado, que ese descuento escrito en grandes moldes, solo es válido si compra con la tarjeta de crédito del almacén, por ejemplo. Si el cliente no se fija, llega con su producto a la caja de pago con la confianza que le aplicará el descuento ofrecido, lo que no ocurre porque pagó en efectivo. Es una publicidad diseñada para engañar.

Igual sucede con el jabón cuya publicidad promete acabar con el 99.9% de las bacterias. Esto es publicidad engañosa, porque eso es mentira. Lo mismo pasa con las cremas dentales que le “garantizan” que en dos semanas sus dientes serán blancos y relucientes. O la crema mágica para la piel de su cara que en solo tres semanas desaparece sus arrugas, lo rejuvenece y le entrega la llave de la eterna juventud. Es una exageración que mueve a engaño que los huesos se partan como una tiza, o que deba consumir calcio desde joven para evitar la osteoporosis o que una pomada respaldada por un famoso borre las cicatrices.

No es literalmente cierto que la vitamina C prevenga infecciones, ni que un montón de productos naturistas devuelvan el vigor sexual perdido, no importa que la publicidad diga que le devolverán su dinero si no ve resultados. Tampoco es exacta la súper blancura que ofrecen los detergentes ni la puntualidad y atención esmerada que dicen entregar a sus usuarios algunas aerolíneas. Escasa debe ser la verdad en programas para adelgazar que se venden como pan caliente mientras la obesidad crece sin cesar. O de los purgantes ofrecidos desde camionetas con altoparlantes y adornadas por frascos llenos de lombrices…

No hay que olvidar la publicidad política que es más lo que miente que lo que tiene de verdad. Y como las autoridades tienen origen político, pues no ven, no escuchan, no saben, no entienden y no defienden al público.


Duele saber cómo los ciudadanos son engañados, sus bolsillos prácticamente saqueados gracias a publicidad mentirosa. La defensa de los consumidores aún es incipiente pese a los esfuerzos quijotescos de destacados personajes. Se requiere que las autoridades sean verdaderas servidoras públicos y asuman como parte de su compromiso con la sociedad, la constatación de la efectividad e inocuidad de los productos que se ofrecen como las panaceas de la salud o de la utilidad. 
BURLAS, RESPETO Y SOLIDARIDAD
Una de las costumbres más odiosas que tenemos los colombianos es la de reírnos, a carcajada batiente, de los infortunios de los demás, no importa si sean niños, ancianos, discapacitados o embarazadas. No es sino observar los videos titulados como chistosos en las redes sociales y se constatará la lista de niños que se caen de los columpios, de las mesas o sillas; que se quedan dormidos y se echan la comida encima; que se resbalan en las piscinas; o los adultos que al bajarse de un vehículo sin fijarse, caen a una alcantarilla sin tapa; o la gestante que por el peso de su bebe camina con dificultad y la comparan con animales o cosas por el estilo…
En una ocasión me solicitaron una consulta médica a domicilio. Al llegar me encontré un joven quien al manipularse las lesiones de su acné, se le inflamó de manera generosa el labio superior. Mi sorpresa fue grande cuando lo primero que quisieron hacer sus familiares fue tomarle fotos para poderse burlar más adelante de su desgracia temporal. Molesto los increpé por su actitud insolidaria y poco humana. No tiene sentido que ante una persona enferma y con los problemas que trae su padecimiento existan seres humanos riéndose del mal ajeno.
El cristianismo enseña el amor al prójimo, pero muchos lo interpretan primero burlarse y luego, si queda tiempo, ayudar. Esto tiene que ver con la debilidad con que asumimos el ejercicio de la ciudadanía y la ética del respeto. En la escuela, por ejemplo, con indiferencia de toda la comunidad educativa, ridiculizar es muy usual, hasta el punto que evitar el ridículo es lo más importante para cada estudiante, pasando por no pasar al tablero, no hablar en público ni hacer parte de la clase y pasar lo más inadvertido que se pueda. Si estamos educando para no participar, ¿cómo le exigimos al ciudadano adulto que participe?
La burla es una expresión de no respeto por el semejante. Una sociedad que no aprende a respetar al otro o la otra, es una sociedad que generará, tarde o temprano comportamientos excluyentes que desembocarán en violencias. Aprender a respetar es el camino a recorrer para la construcción de una sociedad que conviva con los conflictos, que son inherentes a la vida en comunidad, pero que los sepa manejar de manera pacífica, sin violencias.
No hay que confundir la burla con la alegría. La gente puede divertirse, desbordarse en alegría sin tener que obtenerla a costa de los demás. Cientos de niños, hoy adultos, sufrieron en silencio las burlas de los demás, ya sea por sus apellidos, por su vestimenta, los peluqueados, los acentos, la fealdad o los defectos. Y muchos no han explorado si sus comportamientos hoscos y huraños, sus rabias y mal genio, sus timideces y retraimientos pudieran tener como causas las burlas en la infancia, nacidas en el barrio, en el aula, en los parches o con la misma familia.

La burla apaga y niega la solidaridad y la amistad. Si algo necesitamos en esta sociedad son ciudadanos integrales, solidarios, participativos, democráticos que no se burlen de nadie pero si construyan fuertes lazos de amistad, afecto y respeto, para consolidar una sociedad pacífica, incluyente que transite por los caminos del progreso económico y social.

lunes, 5 de agosto de 2013

EDUCACIÓN SUPERIOR PARA LA INCLUSIÓN SOCIAL
La exclusión es un grave problema de la sociedad capitalista. Es una sociedad que no le da cabida a toda la gente. Para intentar desenredar este nudo, se habla de movilidad social. A la educación se la ha encargado del papel de movilizador en la escala social. La idea es que a mayor preparación educativa más alto se llegaría en la estratificación social. Esta concepción tiene detractores y defensores.
Un defecto evidente es que la cualificación se mide por la credencial que certifica la preparación educativa. Tener un título sería la garantía de una preparación adecuada para la movilidad social. Esto no es cierto en muchas ocasiones. Pero si ha llevado a valorar el credencialismo por encima de la cualificación misma. Eso explicaría el montón de instituciones de educación superior o técnica que con dudosas calidades, acreditan títulos a destajo, y que mucha gente acuda a ellas porque lo único que les interesa es el cartón que los acredita como preparados, así eso no sea real.
Las instituciones de educación superior, especialmente las públicas, son las llamadas a la formación de alto nivel en la sociedad. Como la demanda es alta y los cupos escasos, estos entes seleccionan sus alumnos. Los estudiantes con los mejores resultados en las pruebas SABER 11 son los escogidos. Esto genera una paradoja: la educación superior, llamada por la sociedad para crear inclusión y movilidad social, se basa en la exclusión. Que unos pocos sean escogidos y que muchos sean desechados…
Las inteligencias múltiples demuestran que los sistemas de evaluación tradicionales, tipo pruebas SABER 11, descartan a muchas personas capaces e inteligentes y las condena a la inmovilidad social. Este cuello de botella debería romperse. Las puertas de las instituciones de educación superior deberían abrirse para todos los bachilleres sin mayores talanqueras. Que el único límite sea la falta de ganas de estudiar. Pero no discriminaciones odiosas que debilitan, cuando no dañan, el tejido social. Que las exigencias y el rigor académico de la institución en sus programas junto con el rendimiento de los alumnos, sean los verdaderos factores de selección.
Hace unos días me encontré con un joven que me dijo que estudiaba su carrera profesional en una institución de educación superior privada. Al preguntarle por qué no lo hizo en la universidad pública donde ofrecen con lujo el mismo programa, me dijo, sin ocultar cierta nostalgia y vergüenza, que no le había alcanzado el puntaje y se había tenido que conformar con esa universidad privada. Este joven tuvo la fortuna que sus padres le pudieron ofrecer esta opción, pero muchos otros se quedan a la vera del camino, sin opciones y con un futuro oscuro.
Se debe trabajar por una educación verdaderamente incluyente, de calidad, sin cortapisas, abierta, pertinente, flexible y al alcance de todos los que la necesiten. Que sean las cualidades de las personas las que midan el alcance de su movilidad y no las recomendaciones, el parentesco, los recursos económicos o los resultados de pruebas de suficiencia intelectual o académica, muchas veces dudosos.

Desde muchos frentes se habla de combatir la exclusión. Creer en la inclusión social no se puede hacer desde postulados, lenguajes, creencias o posturas excluyentes. Es abriendo puertas y oportunidades como reducimos la exclusión. Las universidades no están exentas.