LA PUBLICIDAD ENGAÑOSA
En el mundo capitalista actual que gobierna
el mercado, todo se ha convertido en una mercancía. La mano de obra, el tiempo
libre, la salud, la seguridad, la recreación y hasta la misma virginidad hoy se
compran y se venden. El vehículo expedito para este mercado es la publicidad.
Cualquier producto para poderse vender apela a la publicidad para llegar a
manos de los consumidores. Y la publicidad es eficiente y se sofistica cada vez
más.
Esto es lo que sucede y no sería problema
si no se encontrara a diario que existe publicidad que apela a argucias y
artimañas para engañar a los compradores. Los casos abundan.
En almacenes de cadena, que ahora se
denominan grandes superficies, es común encontrar imponentes avisos,
estratégicamente ubicados, que anuncian suculentos descuentos para un producto
determinado. Al comprador desprevenido le llama la atención la cifra que le
ofrecen como descuento, pero no se percata que en letra poco destacada y que
sólo es visible si se fija con cuidado, que ese descuento escrito en grandes
moldes, solo es válido si compra con la tarjeta de crédito del almacén, por
ejemplo. Si el cliente no se fija, llega con su producto a la caja de pago con
la confianza que le aplicará el descuento ofrecido, lo que no ocurre porque
pagó en efectivo. Es una publicidad diseñada para engañar.
Igual sucede con el jabón cuya publicidad
promete acabar con el 99.9% de las bacterias. Esto es publicidad engañosa,
porque eso es mentira. Lo mismo pasa con las cremas dentales que le
“garantizan” que en dos semanas sus dientes serán blancos y relucientes. O la
crema mágica para la piel de su cara que en solo tres semanas desaparece sus
arrugas, lo rejuvenece y le entrega la llave de la eterna juventud. Es una
exageración que mueve a engaño que los huesos se partan como una tiza, o que
deba consumir calcio desde joven para evitar la osteoporosis o que una pomada
respaldada por un famoso borre las cicatrices.
No es literalmente cierto que la vitamina C
prevenga infecciones, ni que un montón de productos naturistas devuelvan el
vigor sexual perdido, no importa que la publicidad diga que le devolverán su
dinero si no ve resultados. Tampoco es exacta la súper blancura que ofrecen los
detergentes ni la puntualidad y atención esmerada que dicen entregar a sus
usuarios algunas aerolíneas. Escasa debe ser la verdad en programas para
adelgazar que se venden como pan caliente mientras la obesidad crece sin cesar.
O de los purgantes ofrecidos desde camionetas con altoparlantes y adornadas por
frascos llenos de lombrices…
No hay que olvidar la publicidad política
que es más lo que miente que lo que tiene de verdad. Y como las autoridades
tienen origen político, pues no ven, no escuchan, no saben, no entienden y no
defienden al público.
Duele saber cómo los ciudadanos son
engañados, sus bolsillos prácticamente saqueados gracias a publicidad
mentirosa. La defensa de los consumidores aún es incipiente pese a los
esfuerzos quijotescos de destacados personajes. Se requiere que las autoridades
sean verdaderas servidoras públicos y asuman como parte de su compromiso con la
sociedad, la constatación de la efectividad e inocuidad de los productos que se
ofrecen como las panaceas de la salud o de la utilidad.