Son muchas las quejas por los atropellos de los cobradores de los créditos “gota a gota” en la ciudad. Esta no es una actividad nueva. Lleva muchos años funcionando pese a que cobra intereses altísimos. ¿Por qué las personas siguen utilizando este tipo de crédito? Son varias las razones. La primera es la flexibilidad. No se necesita pagar para que le hagan estudios del crédito, no hay que abrir una cuenta bancaria con un saldo de un salario mínimo, ni llenar engorrosos formularios, hacer colas y largas esperas, ni tener fiadores con finca raíz, ni nada por el estilo. Es muy fácil acceder a estos créditos. Además, el pago diario hace creer que no es difícil de cubrir.
El sistema bancario, así no lo reconozca, está diseñado para prestarle dinero y servicios a los que tienen, no a los que los necesitan. El sistema legal apoya a los que no necesitan y los que de verdad necesitan, que son millares de pobres, desempleados, rebuscadores, madres cabeza de familia, etc., se ven obligados a buscar soluciones ilegales o informales a sus necesidades de recursos. Lo llamativo es que los pobres, los necesitados, en general son “buenas pagas” o de lo contrario estos prestamistas habrían quebrado. Sólo algunos se “cuelgan” y no pagan. Y como es un sistema informal con cobros ilegales, recurren a matones para intimidar y recuperar inversiones.
Las autoridades deben proteger a los ciudadanos y castigar a los agiotistas por los cobros a tasas ilegales. Pero con esto no se soluciona el problema. Porque la necesidad del dinero sigue y el sector bancario con su rigidez y poca responsabilidad social, le interesa poco contribuir con la solución. Los bancos cobran por todo. Si hace un retiro o una consulta de saldo debe pagar. Como los retiros grandes por cajero no están permitidos, el cliente se ve obligado a hacer varios retiros y pagar por cada uno de ellos. Esto encarece la transacción. Para acceder al servicio de un cajero electrónico hay que tener una tarjeta cuyo manejo por parte del banco, se lo cobra al cliente. Quienes viajan pueden contrastar en el extranjero los elevados costos que se pagan por estos servicios en Colombia.
Las microfinanzas y los microcréditos con sentido social han demostrado que son una oportunidad para los pobres y necesitados. El banquero, economista y premio Nobel de la paz, Muhammad Yunus en uno de los países más pobres del mundo, Bangladesh, comprobó que, hasta los pobres más pobres, cuando se les da una oportunidad pueden acceder a créditos tradicionales para salir de la pobreza y lograr su propio desarrollo. Los pobres pagan sus créditos a tasas legales, no de usura, y si reciben apoyo técnico y financiero se convierten en emprendedores exitosos. Yunus creó un banco que le presta dinero a los pobres, a intereses bajos, con muchas facilidades para la obtención de los créditos. Ahora es perseguido y difamado por ayudar…
Estos modelos son replicables. Lo que se necesita es que funcionen con responsabilidad social, con ética y trasparencia. Solo así se destierra ese flagelo del “gota a gota”, de los cobros aterradores con hombres armados en motocicletas que vociferando improperios y amenazas causan el pánico en deudores morosos, en familias y vecinos. Muchos de los dineros que circulan en estos créditos son ilegales, pero deben reposar en sendas cuentas bancarias legales…
jueves, 25 de febrero de 2016
viernes, 19 de febrero de 2016
VIOLENCIA EN LA COTIDIANIDAD
El tema de la paz está en boca de
mucha gente. Unos porque la desean con firmeza y otros porque no creen en el
proceso que desarrolla el gobierno. Las sensaciones frente a la paz son disímiles.
Para unos la firma del tratado de paz será suficiente para iniciar la
transformación del país. Otros la ven como una imposible tarea. Muchos son
escépticos. Pienso que la firma es parte del proceso, es un inicio, pero se
deben allegar muchas cosas para atemperar la paz.
Hemos aprendido a vivir en un
ambiente de competencia y enfrentamiento. Una sociedad patriarcal como esta
hace pensar que la vida es campo de lucha, que no hay que confiar en nadie, que
vivimos en eterna competencia, que nada se nos dará gratis y todo lo debemos
ganar… La creencia en una lucha permanente por la supervivencia, nos pone en la
disyuntiva de ganar o ganar. No sirve dialogar ni escuchar. Solo sirve obtener
lo que se quiere, no importa cómo. La violencia, como instrumento para ganar,
ha copado muchos espacios y la consideramos como algo natural, como algo normal
en nuestra cotidianidad.
Para muchos hablar, debatir y
discutir es perdedera de tiempo. Hay que ir a los hechos. Mientras más
contundentes mejor. ¿Para que hablar si con acciones de fuerza y violencia
podemos lograr lo que queremos, y muchas veces más pronto? Hemos aprendido que
volvernos problema, mejor si es con violencia incluida, da más réditos que los
trámites legales. La legalidad no alcanza y requiere el refuerzo de la violencia.
Si a la gente en un barrio no le
pavimentan una calle, recurren a la violencia y taponan vías con carteles de
protesta para buscar soluciones. Los vendedores ambulantes para evitar
desalojos o retención de mercancías, recurren a marchas que terminan en
disturbios para hacerse sentir. Los hinchas de un equipo de fútbol, están
dispuestos a morir o a matar, por defender el honor de su divisa. Los
conductores de vehículos públicos bloquean las calles; los campesinos se toman
las instalaciones de las oficinas oficiales; los sindicalistas se toman sus
empresas; los pacientes cansados de esperar agreden a los médicos y personal de
salud; algunos comunicadores vomitan sus odios personales cuando comentan los
sucesos cotidianos; un padre de familia desahoga frustraciones golpeando a su
mujer a o sus hijos… en fin, ¡la apología de la violencia!
Estos actos violentos no tienen
justificación, sin embargo, los justificamos. Son miles las personas que creen
válido que los padres castiguen violentamente a sus hijos. Es más, muchos
piensan que la norma que prohíbe lastimar a los niños es la causante de los
males de la sociedad. La norma no prohíbe reprender, insta a formar, pero no a
castigos físicos. Como sólo aprendimos a castigar, al prohibirlo, se cree que
no hay que hacer nada. Y ese no es el espíritu de la norma. Hay docentes que
añoran las épocas de los castigos físicos y ahora viven en el importaculismo,
dejando hacer lo que se les da la gana a los estudiantes, pero culpando a las
normas.
Debemos hacer visibles los
comportamientos violentos que la costumbre ha hecho ver como normales o
naturales. De ahí depende de verdad la construcción de la paz.
*Médico especialista en Medicina
Biológica
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