lunes, 28 de julio de 2014

FOTOMULTAS Y SEGURIDAD VIAL

En el mundo actual, corren tiempos despiadados con sensaciones de hostilidad por todos lados, con rivalidades marcadas y competencia sin tregua, con desconfianzas por doquier motivadas por la sensación de que todos juegan con cartas marcadas y con múltiples trampas al asecho, con gentes que viven aceleradas y con prisa. Un mundo donde cada persona siente que está obligado a cuidarse a sí mismo y donde sólo sonríen y dicen si los funcionarios de las oficinas comerciales de los bancos, es un mundo donde crece la desesperanza y crece la necesidad de seguridad.
En casi todos los programas de gobierno de los mandatarios mundiales el tema de seguridad es central. En la ciudad ocurre algo similar. Las quejas de la ciudadanía pasan por exigir mayor protección de la policía, de la ley y la instauración permanente del orden. Esta petición de seguridad se extiende a querer mayores oportunidades reflejadas en más empleo, salud, recreación, educación, vivienda y reducción de pobreza, entre otros.
La seguridad implica una contradicción con la libertad. Estos dos valores no se concilian plenamente sin fricción. Una sociedad no es civilizada sin seguridad y sin libertad, pero no se puede tenerlas ambas en las cantidades que se consideran satisfactorias.
Ibagué necesita seguir avanzando en seguridad. Aunque han descendido, las cifras de hurtos a personas, domicilios, vehículos y motos son todavía altas.  Problemas de desempleo y cobertura escolar siguen dando que hablar. Los muertos y heridos por accidentes de tránsito ocupan los primeros lugares en las preocupaciones de las autoridades de salud y tránsito. Las autoridades están en la obligación de buscar nuevas formas para mejorar la seguridad de los ciudadanos.
Pero la seguridad atenta contra la libertad. Para vivir tranquilos los ciudadanos deben cumplir las normas que han sido diseñadas para una vida segura. No cumplirlas daña la seguridad. No respetar un semáforo en rojo aumenta las posibilidades de accidentes, de producir heridos, muertes y daños materiales. Igual sucede con manejar ebrio, a altas velocidades o en contravía. No respetar las cebras pone en peligro la vida de los peatones. Si alguien parquea en la vía pública, obstaculiza la circulación y puede dificultar el paso presuroso de una ambulancia que lleva un paciente grave y que puede morir por el retraso.
En la ciudad como no hay suficiente policía de tránsito y aprovechando los avances de la tecnología se propuso el tema de las fotomultas para mejorar la seguridad de los ciudadanos. Apelando a la libertad muchos protestaron. Un taxista me expresó que con las fotomultas no podría pasarse semáforos en rojo o amarillo, marchar a altas velocidades ni parquearse en cualquier sitio a esperar posibles pasajeros. Como su patrón le exige una cuota diaria de producido, él se siente en libertad para infringir las normas de tránsito sin importar el riego que corren sus pasajeros, los demás conductores, los peatones y él mismo.

El aumento de las multas para los conductores borrachos redujo los accidentes. Las fotomultas reducirán los accidentes y ayudarán a educar a los conductores y ciudadanos mejorando la seguridad de la ciudad.

sábado, 19 de julio de 2014

DESIGUALDAD SOCIAL Y NO FUTURO

El modelo económico del país genera creciente desigualdad social con aumento acelerado de la brecha entre el sector acomodado en el que muy pocas manos acaparan la mayor parte de los ingresos, beneficios y les alcanza para acumular, y el de los desposeídos, en el que muchísimas manos apenas reciben para sobrevivir. Cuando esta desigualdad se mantiene en el tiempo produce consecuencias graves.
El sector pudiente de la sociedad, por su riqueza,  influencias y poder, obtiene privilegios y ventajas que se reflejan en pérdida progresiva de derechos de las personas que hacen parte de los sectores pobres y marginados. Esta tensión social disminuye las personas en el primer sector, reduce a pasos agigantados la clase media y acrecienta sin parar la clase pobre. Algún teórico gritaría que los derechos son inalienables y están en cabeza de cada miembro de la sociedad. Ocurre que los derechos se analizan frente a la vida y no solo ante los tratados académicos.
Esta pérdida progresiva de derechos deviene en apatía, desesperanza, incredulidad, insolidaridad y, también, en rabia, resentimiento y malestar social. Además, abre puertas hacia la delincuencia, consumo de sustancias sicoactivas y otros problemas sociales.
Hay otras consecuencias graves. La desigualdad económica y social camina al lado de la reducción progresiva de habilidades intelectuales. No es sino revisar los recientes resultados que ha obtenido el país en las pruebas académicas internacionales y se podrá comprobar lo que estoy diciendo. Cuando miramos nuestros profesionales, si bien algunos son destacados y brillantes, la media nos muestra una insuficiencia que asusta. Los estudios sobre calidad educativa del Ministerio de Educación demuestran que a mayor ingreso del núcleo familiar mejores resultados en las pruebas Saber de los estudiantes. Hace días escuché una publicidad de un concurso que decía que el Tolima SI tiene talento, como si quisieran demostrar que existe una virtud que se pensaba ausente.
Esta pérdida de habilidades intelectuales se puede constatar en los errores de ortografía, sintaxis y gramática de avisos publicitarios, en vallas, televisión o anuncios radiales, en los periódicos y noticieros, en narraciones deportivas, en comentarios en espacios de opinión, o simplemente escuchando a la gente en el transporte masivo, las colas para pagar los servicios, entrar a cine o simplemente hacer turnos en bancos o entidades de servicio.

La peor consecuencia, a mi juicio, es la muerte espiritual. La desidia y la apatía cunden por todas partes. Crece el sentimiento de no futuro. La música y el arte se crean para vender no para agradar el alma ni para crecer el espíritu. La poesía se defiende como gato patas arriba tratando de no desaparecer. Las librerías viven llenas de basura, de libros de autoayuda, de literatura fácil y comercial. La gran literatura resiste. Los programas de opinión no tienen opción frente a telenovelas o concursos cursis y sin contenidos. Por fortuna, quedan aristócratas del pensamiento que resisten. Se niegan a aceptar el fin de la historia. Ven el mundo con posibilidades y siguen creyendo. Esa élite del saber es la esperanza, como es nuestro deber combatir, sin tregua, la desigualdad.

sábado, 12 de julio de 2014


JUGANDO A LA GUERRA
Una discusión me dio pie para reflexionar sobre el tema de algunos pasatiempos actuales. Estoy convencido que la vida hay que protegerla sobre cualquier cosa. Para mi nada, por sublime que parezca, justifica atentar contra ella. Defender la vida es un compromiso con lo sagrado y con lo más preciado de la sociedad. Quizás por eso me formé como médico. Es posible que eso mueva mi amor por la educación y el periodismo.
Hay estudios calificados que comprueban que el uso de juguetes bélicos favorece el aprendizaje de conductas violentas en los jóvenes. Igual ocurre con los vídeo juegos, que en su mayoría utilizan la violencia, lo más real posible, como incentivo para atrapar jugadores. Los seres humanos no nacen violentos. La violencia se aprende y este tipo de juegos ayuda a construir conductas y mentalidades violentas.
Existe un entretenimiento que consiste en jugar a matar a los contrincantes. Los jugadores reciben armas que deben disparar para señalar con pintura el cuerpo de sus opositores cuando aciertan sus disparos. Paintball se denomina el juego. Los practicantes argumentan que mejora condiciones físicas y psíquicas además de prevenir la obesidad. También que descarga mucha adrenalina y da sensaciones muy cercanas a un enfrentamiento bélico.
¿Qué será lo que sucede con nuestros jóvenes que necesitan diversiones extremas para gastar su adrenalina? Los adultos aprendimos a gastar adrenalina buscando afanosamente trabajo, laborando  muy duro para ganar el sustento para nuestros hijos y familia, haciendo malabares para hacer empresa o generar proyectos. La tensión extrema la sentimos cuando presentábamos entrevistas laborales, cuando presentábamos informes laborales o nos hacían evaluaciones en nuestros trabajos. Además, cuando se accidentaba algún miembro de la familia, cuando había que pagar obligaciones bancarias y no teníamos con qué sufragarlas, cuando llegaban las cuentas de las matrículas de los colegios o, peor, de las universidades de nuestros hijos. Mucha adrenalina se gastó estirando un sueldo siempre escaso para cubrir las múltiples necesidades del hogar, y con el pánico que produce la amenaza de muerte de un hijo afectado por un ataque de asma, fiebre o convulsión a la madrugada y los bolsillos limpios.
Para mí la guerra no es un juego. Matar no es una diversión. Jugar a asesinar a alguien, por la necesidad de sentir el pulso acelerado, la tensión en el pecho y los músculos que da el vertimiento de cargas de adrenalina en la sangre, es, por lo menos, indigno. Muchos soldados que han estado en la guerra, han salido lisiados psicológicamente por el pavor que causa sentir la muerte al asecho constante.
Creo que hay que reivindicar la vida, su respeto supremo y la alegría de disfrutar del mayor bien de la existencia: ser joven. Querer matar a otro, así sea en juego debe marcar el alma y dejar secuelas en el espíritu que tarde o temprano pueden aflorar. El respeto por el otro pasa por la clase de pasatiempos que usamos. En una época tan violenta como la que vivimos, recordar el imperativo de amar al prójimo, es un canto a la vida, a la convivencia y a la esperanza.