lunes, 22 de octubre de 2012


¿DONDE ESTÁ EL BIEN COMÚN?

El sueño de una sociedad democrática involucra la participación de la ciudadanía en múltiples escenarios de la vida social así como el compromiso moral de promover el bien común por encima de cualquier derecho individual a acumular privilegios y poder. Pero es un sueño.
La realidad es diferente. Lo que encontramos a diario son funcionarios que piensan que el bien común es beneficiar a su jefe y a su grupito político. Para ellos el cargo que ocupan se lo deben al político que lo recomendó  y es a él al que le tienen que trabajar. Si beneficiando al jefe y su grupo la comunidad algo recibe, que bueno, pero el bien común es lo menos importante. Claro que para el discurso siempre se invoca.
Existen algunos presidentes de juntas de acción comunal, de acueductos comunitarios, de juntas de padres de familia o de comunas para quienes el bien común está representado en contratos para ellos (no importa que lo prohíba la ley) o para sus hijos, esposas o amigos. Igual ocurre con muchos contratistas. Lo interesante es que el contrato sea jugoso, que lo paguen pronto y que la interventoría no vea, no oiga ni entienda, después no importa si la obra queda mal hecha.
La gente se pregunta, si el ingeniero hablaba tanto del bien común, ¿por qué sus viviendas son realizadas con materiales de mala calidad, con especificaciones técnicas mentirosas, a sabiendas que eso perjudicará a la gente pobre que las habitará? ¿Por qué las instituciones educativas quedan con terminados tan de mala calidad, si deben ser hechas para el bien común? ¿Por qué el empleado público, al que le pagan con los impuestos que les cobran a todos los ciudadanos, trata tan mal y con tanta displicencia a esos ciudadanos que son los que aportan para sus pagos mensuales? Existen empleados que se sienten dueños de sus cargos y se resisten a aceptar traslados que no los desmejoran, pero que si les permiten aprender nuevas dinámicas y conocer otras experiencias y dar lo mejor de ellos para los usuarios de sus servicios. ¿Por qué se niegan a cambiar?
Es triste encontrarse con funcionarios sin iniciativa, resignados a esperar que pase el tiempo para pensionarse, haciendo lo menos posible y esforzándose muy poco. ¿Será que piensan que con esa actitud contribuyen al bien común?  Mientras peor funcione el estado, que es la máxima expresión de lo público, la convivencia se afecta, la confianza desaparece y la sensación de angustia y temor crece. De la mano de esta inseguridad avanza la indiferencia, la apatía y la sensación de abandono. El estado es el generador de orden. Si el estado no funciona se le abren las puertas a la violencia y al desorden social. El orden se expresa en normas, conductas, decretos y leyes. Si las leyes y normas no se cumplen, crece la corrupción y el delito…
Se sabe que el delito es una consecuencia de un desorden social. El que ataca el delito sin atender la problemática social que lo produjo, se la pasará toda la vida persiguiendo delincuentes, sin resultados serios a largo plazo. Los problemas sociales necesitan un compromiso ético, de cada persona, de cada funcionario, de todos en general, por el beneficio colectivo, de lo contrario, todo empeorará…

viernes, 12 de octubre de 2012


LA SALUD Y LA MAQUINA HUMANA
La visión que nos entregan en las facultades de medicina sobre la salud, considera al cuerpo humano como una máquina, compuesta por partes analizables por separado. Las especialidades médicas son las encargadas de estudiar a profundidad cada una de las partes. La enfermedad sería la avería de esa máquina, el funcionamiento defectuoso de los mecanismos biológicos, estudiados desde el punto de vista de la biología molecular y celular. La tarea del médico sería intervenir, física o químicamente, para corregir los defectos y disfunciones de algún mecanismo especial que esté fallando.
Esta visión de la medicina hace énfasis en la enfermedad y no en la salud. Si usted quiere ver a un médico molesto y desorientado sobre cómo atenderlo, cuando llegue a su consultorio dígale que no tiene nada, que no le duele en ninguna parte, que simplemente usted quiere que lo mantenga sano, que lo ayude a no enfermarse. Se dice que no existen enfermedades sino enfermos, y lo paradójico es que los médicos son formados para tratar enfermedades… Pero no enfermedades de todo el cuerpo sino de los órganos, de las células, de las moléculas, del código genético, de las nanopartículas. Entonces, los médicos no aprenden a escuchar a sus pacientes sino sólo a sus órganos.
El acto médico se ve reducido a las preguntas que conforman el diagnóstico y la receta con que termina el acto médico, siendo todo cada vez más automático, científico, profesionalizado, frío e impersonal. Mientras más avanzan los conocimientos científicos, más alejados están los galenos de sus pacientes. En un principio la relación médico paciente era directa, llena de empatía y dispuesta al dialogo, por decirlo de alguna manera, una relación yo-tu; ahora con el auge de los exámenes de laboratorio, se han interpuesto en esa relación y han, prácticamente, desplazado al paciente, creando una nueva relación, yo-ello, que es un monólogo nunca una conversación entre el médico y su paciente. Eso hace creer que son más importantes las radiografías, los electrocardiogramas, los niveles de sodio, presión de oxígeno,  bilirrubina o cualquier otro examen de laboratorio, que las angustias del paciente. El miedo es un componente significativo de las enfermedades.
Si el médico escuchara a un ser humano que sufre al que denomina paciente, y pudiera oírlo como un todo y no como una vesícula con cálculos o una úlcera o un cáncer, entendería las angustias y miedos que lo invaden y torturan. Una explicación franca y calmada, espantaría miedos y ayudaría a muchos enfermos a mejorar de sus dolencias. Una atención llena de calor humano, comprensión, sensibilidad y cariño muchas veces es más eficiente que cientos de pastillas o capsulas. Pero el sistema médico está diseñado para que el galeno no se demore, para que no escuche, para que viva de afán…
Una mirada que entienda al ser humano de manera integral, con cuerpo y mente unidos en una sola persona, no como una máquina donde los órganos sean sus partes constituyentes, ni a los médicos como mecánicos que reparan las averías de esa máquina, le hace falta a nuestro sistema de salud, a nuestras facultades de medicina, a los profesionales de la salud. Así tendríamos una medicina más humana, la vida tendría menos angustias, miedos, vulnerabilidades y la ciudad sería más segura.
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sábado, 6 de octubre de 2012


DECENCIA Y GOBIERNO
Una característica de la manera de conocer que se tiene en Occidente es la distinción y la fijación. Mediante la primera tratamos de acceder al objeto que conocemos, desligándolo de las ataduras a su entorno buscando obtenerlo sin interferencias. Una vez examinado con detalle, lo grabamos o lo fijamos en nuestro conocimiento. Son ideas fijas, estáticas, rígidas.
Este tipo de comportamiento lo utilizamos para todos los aspectos de nuestras vidas. En algunos casos nos puede jugar malas pasadas, porque fijamos en la mente cosas mientras la vida cambia… Por ejemplo, cuando algunos piensan en un gobernante carismático se vienen a la mente imágenes de diversos personajes del pasado. Cuando se piensa en gobernantes con carácter ocurre algo parecido. Esto no sería problema si no se comparara a los gobernantes actuales con las imágenes rígidas y congeladas del pasado. Entonces anhelamos el ímpetu del uno, la gracia del otro, la amabilidad, el genio o el don de mando del otro y así sucesivamente.
En lugar de ver las bondades y calidades de quien se ha elegido, se quiere que se parezcan a las imágenes que se han petrificado en la memoria. La verdad es que cada gobernante tiene su manera de ser, y si busca parecerse a otro se desdibuja y se transforma, no en el otro sino en su caricatura… Por esa costumbre de comparar lo nuevo con las representaciones fijas del pasado, pensamos que si un gobernante no grita, no insulta y no se pone iracundo cuando exige cumplimientos es porque es blando o sin carácter. Si un gobernante escucha una queja y no se queda con una versión sino pide otros puntos de vista sobre el tema, lo comparan con los que reaccionan intempestivamente y entonces es tachado de vacilante y sin criterios…
Da tristeza que cuando un gobernante sea decente, de buenas maneras, escuche a los que lo consultan, prefiera el dialogo al grito o al alarido, que no toma decisiones con cabeza caliente sino que prefiere el sosiego de su alma sin rencores para decidir con oportunidad, sea visto como timorato, vacilante o falto de personalidad. Parecería que la gente prefiere los gobernantes mandones, que infunden miedo pero no respeto, que se hacen sentir por sus insultos pero no por las buenas decisiones, que confunden patanería con temple o firmeza.
Los tiempos de gobernantes autoritarios ya pasaron. Hay que pasar la página de esas historias congeladas y entender a los mandatarios que escuchan, que consultan a la gente, que se llenan de motivos para tomar las decisiones más sabias, más legítimas, más cercanas a la realidad y a la justicia. Entender que un gobernante puede ser firme siendo decente y con buenos modales. Comprender que la amabilidad no es sinónimo de debilidad ni de tibiezas. Que gobernar con honestidad y rectitud es un asunto de responsabilidad y respeto, no de zafios ni palurdos.
Hoy la gran mayoría de la ciudadanía, después de sacudirse de rigideces mentales, rodea a su gobernante reconociéndole su tacto, su don de gentes y su compromiso con acertar, con no equivocarse y por llevar el barco de Ibagué a puerto seguro. Otros, muy pocos, lo vituperan, reniegan del ritmo del gobierno, y con la mirada cargada de pasado, quieren detener ese proceso. ¡Pobre gente!
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