jueves, 25 de agosto de 2011


REFLEXIONES SOBRE LA VIOLENCIA
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Hablar de violencia es hablar de un concepto complejo. El término violencia en sí mismo, tiene una multiplicidad de significados y sentidos. Por lo tanto, no es fácil una definición que no encienda discusiones, porque en ella aparecen intenciones comunicativas, prejuicios, vivencias emocionales y creencias religiosas que se entrecruzan y forman una complicada red en el momento que expresamos lo que entendemos por violencia.
La violencia es un hacer que conlleva el uso de la fuerza, ya sea directa o indirecta y que causa daño, dolor o sufrimiento; o que lesiona derechos o intereses; o restringe deseos o necesidades… Por lo tanto, la violencia es un hacer dañino, una conducta que lastima. Dicho en otra forma, la violencia se refiere a acciones, haceres o conductas. Una conducta violenta puede ser una señal, una expresión, una acción, que nos obliga a interpretarla y a reaccionar a ella. La violencia, entonces, nos empuja a hacer algo, ya sea como reacción, protección, prevención o disuasión.
La violencia tiene un sustrato, un terreno en el que puede brotar que es la agresividad. La agresividad es parte de nuestro ser, nacemos con ella y nos acompañará siempre. Todos la tenemos, pero su expresión varía en cada persona.  En cambio, la violencia, no nace con nosotros, sino que es, fundamentalmente, aprendida. En otros términos, nacemos agresivos pero aprendemos, en múltiples espacios y momentos, a ser violentos. Además, no siempre la agresividad se transforma en violencia. No siempre la violencia produce violencia, porque la reacción puede ser denunciarla, controlarla, evitarla, desviarla, regularla…
Los humanos somos seres en los que se conjugan todas las facetas de la vida. Llevamos en nosotros mismos, y a la vez, la racionalidad y el delirio; la serenidad, la desmesura y la destructividad. Un humano tiene en todo su ser, al mismo tiempo, racionalidad organizadora, algo de barbarie, de ruido, de furor, de fascinante, de paciencia y pasión. Por eso frente a un acto violento se puede reaccionar de manera paradójica. Por un lado, sentimos que la violencia surge porque nos vemos obligados por ella, como un huracán interno o externo que no podemos controlar. La violencia sería una fuerza que nos arroparía y que no podemos manejar. Por otra parte, a veces, recurrimos a ella como un medio para conseguir un valor, un fin, un bien, como una conducta legítima, útil, necesaria, y por ende, se asumiría como una conducta “buena”. Es decir, la violencia puede ser algo que nos domina e impone su voluntad. Y también, la violencia sería un acto que voluntariamente hacemos porque lo valoramos como conveniente y como “bueno” y al mismo tiempo, podemos ver la violencia como algo “malo”, algo que no deseamos, que hay que acabar, que pone en peligro nuestra existencia y la de los demás.
Esta ambigüedad, que la violencia sea buena y mala al mismo tiempo, hace difícil caracterizar un acto como violento. Existen casos en los que la discusión no será larga, como cuando hablamos de matar, lesionar, dañar, violar. Pero existen casos en los que no es claro el tema de la violencia. Ejemplo: ¿reprender o castigar un hijo es violencia? ¿Un grafiti es violencia? ¿Gritar es violencia? ¿Es violencia la caza deportiva?, ¿abrirles las orejas a las recién nacidas, para usar aretes?, ¿la circuncisión en los niños judíos?  O ¿prohibir una manifestación…? Queda abierta la discusión…

viernes, 19 de agosto de 2011


CHIVOS EXPIATORIOS
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
En la antigüedad, el pueblo judío tenía una costumbre que convirtió en rito de expiación. La expiación es una acción de purificación de culpas mediante un sacrificio. Según relata la Biblia, capítulo 16 del Levítico, en el rito se escogían dos chivos o machos cabríos. Al azar se escogía uno que era sacrificado por el sacerdote como ofrenda a Yavé o Dios. Durante la ceremonia, por imposición de manos, el sacerdote cargaba con todas las culpas del pueblo, al otro chivo, para entregárselo al demonio. La creencia era que el chivo expiatorio, al que se abandonaba en el desierto, se llevaba los pecados del pueblo y pagaba las culpas de la mayoría. Por eso todos corrían a insultarlo o a apedrearlo, y ninguno se atrevía a socorrerlo por miedo a caer en desgracia. Parece que este rito institucionalizó la descarga de nuestras culpas sobre alguien.
No creo que exista disculpa que justifique el acto bochornoso de Hernán Darío “El Bolillo” Gómez pegándole a una mujer. Él debe reconocer su culpa y responsabilidad y asumir las consecuencias. Lo que no encuentro para nada claro es la actitud mojigata y de doble moral de la mayoría de la gente que ha corrido, vociferando, a exigir el sacrifico público del entrenador de la selección Colombia.
Este país ha permitido y permite, de manera cotidiana y casi como costumbre, la violencia contra las mujeres. En Colombia, por lo menos una de cada tres mujeres ha sido golpeada, obligada a tener relaciones sexuales o de alguna manera maltratada es su casa durante su vida. El Instituto Nacional de Medicina Legal, durante el 2010 registró 51.182 casos de mujeres víctimas de  “violencia de pareja”. Esto equivale a 140 casos diarios, a seis agresiones por hora, una cada 10 minutos. Según un estudio del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM), la situación es peor a la reconocida por Medicina Legal y cada minuto serían seis las mujeres agredidas en Colombia. Una verdadera vergüenza nacional, teniendo en cuenta que estos son los casos denunciados y que ameritan peritaje. Se conoce que sólo el 38 por ciento de las mujeres denuncia a su agresor. La no presentación de denuncias ocurre por diversas razones: miedo, chantaje, vergüenza o por ineficiencia de la justicia entre otras.
Siento que el escándalo que se ha suscitado en torno al Bolillo, que repito no tiene ninguna justificación, lo que busca es la expiación colectiva de la indiferencia y connivencia inveterada frente a la violencia contra la mujer. Lo que buscan muchos, parodiando la vieja costumbre de los israelitas, es descargar sus propias culpas en un chivo expiatorio, insultarlo y si pudieran, apedrearlo, para creer que lavan sus cochinas conciencias misóginas y machistas.
Que al “Bolillo” lo boten del trabajo, puede ser una medida entendible y justificada. Pero que nadie se preocupe por los millones de hombres que diariamente violentan a sus mujeres y que continúan trabajando sin que nadie exija justicia, ni la expulsión de sus puestos de trabajo, ni la petición de disculpas públicas y menos, el compromiso de no repetición, es lo que duele y enerva. Machismo es la creencia estúpida que los machos son mejores, compartida por igual por hombres y mujeres. Hablar de paz es aprender a no odiar a las mujeres…

jueves, 11 de agosto de 2011


¿GOBERNAR O ADMINISTRAR?
Por: AGUSTÍN ANGARITA LEZAMA
Desde hace varios años se viene impulsando la tendencia de aplicar a las organizaciones públicas, los principios y modelos de gestión de las organizaciones privadas, pretendiendo establecer una nueva y eficaz forma de Estado, una nueva manera de gobernar y de gestionar lo público. Por eso se escuchan comentarios que buscan gobiernos con enfoques de la gerencia privada, como calidad total, gerencia sin defectos, etc. El gobierno resulta reemplazado por la administración. Se ha llegado al caso que los mismos gobernantes no hablen de gobernar sino de administrar.
Estos enfoques ya han fracasado. Se insiste en ellos por el desconocimiento y la confusión entre administrar y gobernar. Según Pedro Medellín, el concepto de administración involucra un criterio inercial, rutinario, que mantiene su ritmo sin cambiar de rumbos, que se reduce a asignar recursos. Por eso son apetecidos principios como planeación, dirección de personal, control interno y manual de funciones, etc. Se buscaría determinar metas y objetivos verificables, medibles y tangibles. Por otro lado, la esencia de la administración es la estabilidad. Sus propósitos deben ser establecidos con anterioridad, y sus metas no se pueden exponer a acciones contingentes, descoordinadas o producidas por súbitas presiones externas. Además, una administración está motivada por la generación de ganancias que al reinvertirlas hagan crecer el negocio.
La política es otra cosa. En ella se enfrentan grupos de individuos, con criterios y prácticas diversas, que luchan por establecer un orden social determinado, y que buscan convencer, en torno a principios, tradiciones y valores, a la sociedad para que les permitan dirigirla. Contrario a la administración, la naturaleza de la política no está definida de antemano por verdades fundamentales, siempre validas en cualquier tiempo y lugar. Los principios y valores que determinan la política son relativos, dependen de los contenidos ideológicos con que los políticos asuman una situación cualquiera. Sus metas y objetivos, por más que se esfuercen los técnicos, sólo son parcialmente verificables, muchos no son tangibles y menos mensurables. Como el campo de acción de la política es la dinámica de la relación Estado-sociedad y sus conflictos, su naturaleza tiene que ser cambiante, para atender sin demora, los cambios y exigencias permanentes de la comunidad y sus organizaciones, así como, dar respuesta a los ajustes que se requieren para acomodar el Estado a esas transformaciones y reorganizaciones.
Si la política está determinada por el conflicto social, por las diferentes racionalidades e intereses que se enfrentan, que en ocasiones son irreconciliables, entonces la política se  mueve en el terreno de las incertidumbres, no de las certezas y seguridades.
La política busca afectar el sentido y el contenido de las decisiones públicas, marcar los rumbos de las acciones del Estado y del gobierno. Eso requiere tacto, sabiduría, intuición, audacia, habilidad, improvisación, conocimiento y paciencia. Todas reunidas. Pero no creer que se pueda llegar con un libreto escrito donde estarían las respuestas a todos los problemas, como piensan los simples administradores de la política.
Si bien es cierto política y administración son dos cosas distintas, un buen gobernante debe ser un político experto y capaz que sepa administrar, pero que tenga la visión, el carácter, la legitimidad y la autoridad suficiente para, al tomar la dirección del gobierno, modificar los rumbos donde se necesite, mantenerlos si es del caso y si toca, dar marcha atrás…

viernes, 5 de agosto de 2011

LA JUSTICIA NO ES POR CONSENSO
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Hace unos días entrevisté en radio a José Obdulio Gaviria. Su concepción sobre la justicia y la aplicación de la ley, merecen un comentario. Dice el ex asesor presidencial que Andrés Felipe Arias, ha sido detenido de manera injusta sin existir una sola prueba en su contra. Que el escándalo de Agro Ingreso Seguro (AIS), es un montaje, que el Tolima es testigo de ello, porque fueron centenares los campesinos que se beneficiaron con los aportes estatales, y así, por toda la geografía nacional. Es decir, que si la mayoría de campesinos, lo cual no es cierto, recibió las bondades del Estado, ¿por qué preocuparse? Como si los asuntos de la justicia fueran un tema de mayorías. Los subsidios entregados legalmente fueron miles y los dolosos fueron pocos. Si miramos los montos, encontramos que a cerca de medio millón de campesinos se les entregaron un poco más del 20 por ciento de los recursos y a menos del uno por ciento de los adinerados hacendados, más del 75 por ciento del dinero. Según José Obdulio, esta trampita no sería delito.
AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
El artículo sexto de la Constitución colombiana expresa que los particulares, es decir, todos los que no sean servidores públicos, únicamente son responsables por infringir la Constitución y las leyes. Cuando una persona toma posesión de un cargo público y se convierte, una vez jura cumplir la constitución y la ley, en servidor público, tiene además, la obligación de cumplir las funciones que su cargo le exige, y será responsable si omite cumplir con sus deberes o se extralimita en sus funciones. Los subsidios de AIS no eran para repartirlos al arbitrio del ex ministro, ni  para favorecer a las personas que posteriormente le apoyarían sus pretensiones electorales. Utilizar los recursos públicos para beneficio personal, no sería delito, según José Obdulio. Es cierto que no se robó ni un solo peso y benefició a muchos, pero eso es delito.
Al Juan Carlos Abadía lo destituyeron como Gobernador del Valle porque utilizó su cargo para hacer proselitismo político, lo que está prohibido. Convocó a varios alcaldes de municipios vallunos para una reunión cerrada con un candidato presidencial. La falta fue probada mediante videos y declaraciones que fundamentaron su destitución. El invitado era el doctor Arias. ¿Creen ustedes que el ex ministro no sabía que estaba prohibido que los funcionarios públicos se reunieran con políticos para asuntos electorales? ¡Claro que sabía y que lo sabe! Según José Obdulio, esta falta ética es una estratagema de los enemigos del ex presidente Álvaro Uribe, para perjudicar al doctor Arias.
El Doctor Álvaro Uribe recorre los barrios de Bogotá y frente a la muchedumbre, pregunta ¿ustedes creen que yo me robe un solo peso del Estado? Cuando la gente le grita frenética que no, entonces él se cree absuelto de todo pecado. Favorecer que sus hijos se enriquezcan, que se espíe a sus contradictores, que se constriña a los electores, omitir la vigilancia para que se roben la plata de la salud, la DIAN, etc., o que se violen los derechos humanos, no es apropiarse de dinero público, pero es delito. Así José Obdulio se moleste y las mayorías aplaudan, voten y respalden.
La ley está para que la acatemos y respetemos. No para violarla por consenso.