viernes, 27 de julio de 2012


ENVIDIA CONTRA PROGRESO

Cifras de la Secretaría de salud expresan que la primera causa de muerte en el municipio son las enfermedades cerebro vasculares. Sin embargo, la habladuría popular las contradice argumentando que aquí la gente se muere más de envidia que de derrames cerebrales o infartos cardíacos. Y cuando el río suena…
La envidia es una enfermedad sicológica producto de la sensación de inferioridad frente a otros. Se quiere lo que tienen los otros. No importa si no se poseen merecimientos, cualidades o posibilidades. Simplemente, se quiere. Como la inferioridad es evidente, se recurre a diversos tipos de artimañas para conseguir el objetivo  anhelado. El envidioso considera válido mentir, urdir triquiñuelas y engañifas para rebajar a otros. Está convencido que si rebaja al otro, él sube. El envidioso gasta su tiempo, que debería emplear en acciones que le permitieran brillar con luz propia, en idear patrañas, en crear desconfianzas en su jefe alrededor del envidiado. Nada de reconocer cualidades en los demás. Si acaso le toca admitir algún valor lo hace de contera, como apéndice positivo a una lista inventada de cosas negativas. Esa envidia le carcome el alma permanentemente…
Ibagué vive un auge de inversión que le va dando la imagen de un gran centro de negocios, de una ciudad atractiva para invertir capitales. La avenida sesenta, llamada por algunos la milla de oro, es fiel reflejo de lo dicho: dos grandes centros comerciales en construcción, dos hoteles de primera línea, una importante librería, una clínica… En otro lugar de la ciudad está en construcción otro gran proyecto comercial… Ya está listo el lote, los estudios urbanísticos, arquitectónicos y comerciales de una gran clínica médica dotada de tecnología de última generación, como la merece una Ciudad Región como Ibagué. Tome la ruta al salado por la vía a Ambalá y constatará como crecen como espuma los proyectos de vivienda en altura, igual ocurre de la plazael Jardín hacia abajo…Solo por nombrar algunos proyectos, porque hay más. Esto, que debería generar orgullo y satisfacción, para muchos en fuente de envidia.
Entonces, los envidiosos aprovechan a algunos medios de comunicación para propalar sus mentiras: que en Ibagué nadie invierte porque no hay agua y que no habrá progreso. ¿Y los que ya están gastando grandes cantidades de dinero lo hacen porque son unos tontos, que no estudian el mercado y las opciones de futuro, y no se habían dado cuenta que agua no hay? ¿O será la envidia recalcitrante de los que prefieren apostarle al fracaso de la ciudad, con tal que los demás no triunfen?
Conozco colegas que por su trasegar profesional exitoso, han sido llamados por universidades a enseñar sus experiencias y conocimientos. Para ello deben presentarse a un concurso de méritos y ganarlo. Los envidiosos, que en algunos casos han tenido éxito gracias a embaucamientos, triquiñuelas y actos corruptos, corren a desconocer esos triunfos profesionales y académicos con argumentos sin fundamento pero cargados del odio que empaña sus miradas y corroe sus espíritus…
Qué bueno que toda esa energía que circunda la envidia se pusiera al servicio del progreso y el desarrollo de todos. Qué bueno que los envidiosos encabezaran verdaderas causas  para beneficio colectivo, o que por lo menos se hicieran a un lado, mascullando amarguras, pero dejando hacer.

lunes, 16 de julio de 2012


VENGANZA CONTRA LOS ANCIANOS
Esto que parecería un título sacado de una novela de horror, es la terrible realidad que viven nuestros adultos mayores, como eufemísticamente los denomina el Estado. En Colombia ser viejo es convertirse en un estorbo. Mientras que en los países orientales, por ejemplo, a los viejos se les venera, se les considera depositarios de unos bienes sociales muy importantes como lo son la experiencia y la sabiduría, entre nosotros, las ideas de los viejos se asumen como anticuadas,mandadas a recoger y poco dignas de crédito. El mensaje es desolador: envejecer es casi un delito.
En otras oportunidades he hablado sobre la veneración a ser joven, a mantenerse joven, o a aparentar serlo. Lo demoledor para el espíritu es la manera como son tratados nuestros ancianos. Las familias adineradas los recluyen en sitios donde no incomoden, donde no molesten, donde no afeen el paisaje. Los pobres, simplemente los echan a la calle… Duele encontrar ancianos olvidados tratando de sobrevivir implorando una ayuda caritativa o una limosna. Muchos, enfermos de cargar los años, arrastran sus miserias, dolores y abandonos, ante la indiferente mirada de una sociedad que cree que será eternamente joven.
Pero donde no existen excusas válidas es en el trato que les da el Estado. Algunos muy enfermos, para cobrar sus siempre insuficientesmesadas pensionales, se les obligan a ir personalmente, se les somete a hacer interminables colas, a demostrar ante autoridad que están vivos para que ella expida una certificación de supervivencia, como si su presencia no bastara. Duele verlos en sillas de ruedas aguardando una cita médica, o un trámite o cualquier talanquera burocrática. El Estado no tiene ninguna consideración con quienes les sirvieron, con quienes entregaron sus vidas construyendo las instituciones.
A la paquidermia del Estado se le suma la estulticia de algunos funcionarios públicos. A una abuela sus nietos decidieron llevarla de paseo. Se ausentó un tiempo y no cobró sus mesadas. Cuando regresó, hizo el trámite de la constancia de supervivencia, para solicitar el pago de los dineros no cobrados. Su sorpresa fue mayúscula cuando el funcionario de la ventanilla le dijo que debía traer las supervivencias anteriores…Ella le alegó, con sobrada razón, que si hoy estaba viva, lo más lógico era que en los dos meses pasados también debió estarlo. Nada ni nadie hizo entender al fulano de lo absurdo de su petición. Ni siquiera su dificultad para trasladarse por sus muletas, su escasa visión ni sus más de ocho decenas de calendarios encima…
Dudo que una sociedad que no venera sus ancianos, que no los respeta ni protege, tenga futuro. Una sociedad que desprecia la sabiduría se aferra a sus errores. Una comunidad que no valora la experiencia se condena a traspiés y equivocaciones permanentes. Detrás de cada arruga, de cada surco en la piel, de cada cana, hay una historia, un saber, una vida, una enseñanza, que no nos podemos dar el lujo de desperdiciar. En la arrogancia de los jóvenes que se burlan de los viejos está su inconciencia, su ignorancia, pero también la escasa formación hogareña y de la escuela en el respeto por la dignidad humana.
En el municipio, guiado por la Alcaldía, se discute un Plan Decenal de Educación, ojalá este pueda ser un tema a debatir entre todos…
@agustinangarita

jueves, 12 de julio de 2012


EL ENCANTAMIENTO DE LA RUTINA

Mecanizar un asunto es poder realizarlo de manera automática, rápidamente, sin pensarlo mucho. Este actuar mecánico tiene algunas ventajas, pero puede entrañar dolorosos problemas. Es la rutina que embelesa, que encanta, que envejece los corazones. Chico Buarque, poeta, músico, compositor y escritor brasileño escribió hace años la canción “Cotidiano”, que dibuja con dolor el rutinario comportamiento de las personas. Habla de una mujer casada que cada día y siempre hace todo igual, sonríe con su sonrisa puntual, repite el mismo “cuídate” al despedirse y su vida es una larga línea, gorda, oscura y sin cambios.
Esas rutinas se repiten en infinidad de oficinas, donde funcionarios a los que el tiempo ha vuelto grises, acumulan papeles, trabas y talanqueras, para multiplicar una mil y veces actuaciones que casi nunca van a ninguna parte. Con estos rutinarios comportamientos el servicio empeora sin parar, la indignación de los usuarios igual y el tedio y la desidia de los funcionarios crece y crece.
Las rutinas equivalen al canto de las sirenas que obnubilan el entendimiento. En la vida familiar se convierten en un fárrago que estorba y dificulta el fluir de armonías hogareñas. En las parejas las relaciones se endurecen, pierden flexibilidad y van abonando los caminos del hastío, el aburrimiento y el desamor.
En las instituciones educativas los alumnos se adormecen escuchando clases de maestros que de tanto repetirlas sin modificación alguna, parecen que recitaran letanías abstractas.
Los accidentes aumentan porque la rutina hace que los controles se hagan laxos y permisivos. Los soldadores dejan de usar los protectores visuales, porque llevan años soldando y no les ha pasado nada… Los vecinos de los volcanes se niegan a abandonar sus parcelas ante evidencias de movimientos internos en las entrañas volcánicas, porque ellos llevan años viviendo allí, y esos cambios son rutinarios y para ellos no son peligrosos…“A mí nunca me había pasado nada”, dice el conductor borracho que ocasionó un accidente… Otros se enojan porque, de manera rutinaria, se habían parqueado en un sitio, y ahora no entienden y se resisten a aceptar que esté prohibido el estacionamiento en ese lugar. Es como si la rutina y la costumbre fueran más importantes que la norma o que la ley.
Si revisa los caminos diarios que utiliza para ir a casa o al trabajo, descubrirá como la rutina gobierna sus desplazamientos, repitiéndolos sin variar. Esto es aprovechado fácilmente por los delincuentes. La rutina nos vuelve predecibles, expuestos, insípidos, sin creatividad.
Es verdad que un deportista, un músico o un artista tienen que repetir un movimiento muchas veces para perfeccionarlo. Pero esto exige una actitud crítica frente a lo que se hace, de lo contrario no se perfecciona, simplemente se mecaniza algo burdo lejos de la excelencia. Cualquier actividad que se ejecuta con vigilancia e inteligencia, con cuidado y rigor, no se vuelve rutina, sino todo lo contrario, es una actividad que enseña cosas nuevas, que depara alegrías y sorpresas…
¿No será que a muchos funcionarios, a los que la rutina los ha vuelto ineficientes y hoscos, les hace falta que los cambien de puesto, que les rompan los encantamientos de los esquemas, que les den la oportunidad de aprender nuevas cosas y ejercitar sus capacidades e inteligencias, para que el servicio que deben ofrecer mejore? 

jueves, 5 de julio de 2012


DELITO Y SOCIEDAD
En varias ocasiones he dicho que el delito no es una causa sino una consecuencia. Por lo tanto, el delincuente es un producto social. De tal manera que castigar al delincuente no es suficiente, si bien es cierto que al privarlo de su libertad, se evita que siga delinquiendo, si no se trabaja sobre las causas que generan delincuencia, saldrán otros delincuentes y la sociedad seguirá en peligro.
Hay personas que consideran que con castración química o física de los violadores sexuales, o con pena de muerte a secuestradores, asesinos o corruptos desaparecerían los problemas. Se equivocan. Existe todo un contexto, que muchos no quieren mirar, que si no se le da el tratamiento adecuado, el delito seguirá floreciendo y germinando. Veamos:
Si para la venta de carros, apartamentos, cigarrillos, gafas o telas tenemos que usar la belleza de nuestras mujeres para promocionarla, convirtiéndolas en objetos de deseo, en símbolos sexuales, ¿cómo queremos que no crezca el abuso sexual si la misma sociedad se encarga de inducirlo? Si nos fijamos en la música que se escucha por los medios de comunicación encontramos un denominador común: la mujer tratada como objeto, como una cosa a conquistar,  a seducir, a ganar, a tener, a utilizar, a maltratar… En una ocasión le pregunté a un compositor por qué elegía estos temas, me expresó que era lo que le gustaba a la gente, que era lo que se vendía y lo que la gente pedía.
Somos una sociedad a la que,al parecer, le encanta la desigualdad. Desde hace décadas mantenemos altos índices de desigualdad.  La publicidad le ofrece a todos por igual las comodidades de la sociedad de consumo,  pero sólo unos pocos pueden pagarlas, aunque son muchos los inducidos a anhelarlas. El consumo a través de la publicidad hace sentir mal o culpable al gordo, al flaco, al bajito, al muy alto, al feo, para que crea que su felicidad está en comprar lo que lo adelgaza, o lo engorda, o la hace crecer o le disimula la altura o la fealdad…
El que no tiene con qué pagar las cosas para sentirse feliz, y como todos los días lo bombardean con publicidad que lo hace sentir inferior si no las posee, resulta siendo impulsado a hacer cualquier cosa con tal de ser feliz, es decir, comprar, comprar y comprar… Por lo tanto, está dispuesto a hacer lo que le toque, ya sea robar, engañar, matar, secuestrar, abusar, para conseguir el dios dinero que le abrirá las puertas a su supuesta felicidad.
Hemos llegado a absurdos de creer que somos la marca de ropa que nos ponemos, el barrio en que habitamos, el  modelo y costo del vehículo en que nos transportamos, el precio de las joyas, el tamaño del televisor de plasma o el número de ceros a la derecha en las cuentas corrientes. Ya no importan la lectura, los conocimientos de arte ni la preparación intelectual. Tampoco la ética, el respeto, la decencia ni la formación  moral.
Una sociedad construida sobre el egoísmo, la avaricia, la envidia y el deseo insaciable por poseer cosas, es una sociedad que no cuida la naturaleza, ni la familia, que sus únicos valores son económicos es una sociedad enferma, incubadora constante de delincuentes, generadora permanente del delito.
@agustinangarita