miércoles, 24 de diciembre de 2014

SOLEDAD Y MELANCOLÍA
En pocos días estaremos en Navidad, fiesta que simboliza el encuentro en familia y el calor de hogar. No obstante, muchos no celebrarán. O si lo hacen, será con el corazón arrugado. El individualismo, el egoísmo, la envidia, la superficialidad y las vanidades que hoy manejan el mundo, sumados al apego a las cosas, la sed de éxito y el espíritu de competencia, han cosechado  soledad por doquier.
Hasta los exitosos sufren de soledad. Si bien es cierto que se ven siempre rodeados, muchos de los que revolotean a su alrededor lo hacen por conveniencia personal, no por admiración, respeto ni amistad. Los que no logran el éxito los miran con desprecio. La envidia, a los no exitosos, no les deja ver más allá de su nariz. Cuando les queda oportunidad, hacen todo lo posible para hacer fracasar al exitoso, ya sea haciendo o dejando de hacer. Sienten alegría, no confesada la mayor de las veces, con los fracasos de los demás y está es mayor cuando el traspiés es de exitosos.
Los que fracasan también viven solos. Nadie quiere ser amigo suyo. Al contrario, le temen que se acerque a pedir, aunque sea compasión o conmiseración. La envidia es un sentimiento que carcome almas y empuja a la soledad. Y el modelo excluyente de esta sociedad empeora la situación. En la droga hay centenares de seres humanos a quienes la sociedad les dio la espalda, a los que el reconocimiento nunca les llegó, a los que creyeron que la droga abría puertas para el relacionamiento y la felicidad, a quienes la soledad les lacera el espíritu y empuja al delito.
Esta celebración de fin de año debe permitirnos hacer un alto en el camino y repensar lo que hacemos. Entender que el que labora en lo que no siente ni le gusta, acumula resentimiento, malos resultados y poco a poco soledades… Igual pasa con el estudio. Los que hacen lo que les gusta y le ponen el alma, le ponen todo el empeño y energías, superan dificultades, siembran alegrías, esperanzas y mantienen el corazón limpio y sereno para cultivar amistades y sólidas compañías.
La envidia es el sentimiento mezquino del que quiere lo de los demás, del que no respeta ni valora al otro, del que se supone mejor sin demostrarlo. Con sus ojos cargados de rencor no ve en los demás sino contrincantes, rivales que le quieren arrebatar lo suyo y a los que debe recelar y de los que debe defenderse. La amistad, el amor y el respeto solo nacen desde la confianza, y esta no germina desde el egoísmo ni el afán por competir con los demás.
Un mundo sin confianzas, sin respeto, sin amistades, sin amor, con egoísmo y envidias es un mundo lúgubre, oscuro, frío, áspero y poco halagüeño. Cuentan que Diógenes Laercio se paseaba por los mercados de su ciudad y se reía viendo todas las exuberantes cosas que ofrecían y que él no necesitaba. Y decía que rico no es el que acumula mucho sino el que menos necesita. El que está dispuesto a darse necesita poco… 

viernes, 5 de diciembre de 2014

INDIFERENCIA Y DELITO

Un joven profesional fue a un cajero electrónico y sacó dinero que necesitaba para algunos asuntos. Luego invitó a su novia a cenar y se dirigieron a un restaurante de la ciudad. Estaban ubicándose en una mesa cuando, de manera súbita, dos tipos los amenazaron con un arma de fuego y les exigieron entregar el dinero. Sabían que había ido al cajero. Al resistirse le propinaron dos tiros y huyeron. Gravemente herido fue llevado al hospital. Una herida de aorta le produjo una masiva hemorragia que no se alcanzó a controlar y murió.
Hace una semana comenté en este espacio sobra las pandillas en los barrios y como se inician en el consumo de alucinógenos para tener valor a la hora de asaltos y robos. No obstante, la gran mayoría de personas con las que conversé sobre el tema, además de un pequeño asombro, se encogieron de hombros. Algo así como ese es un asunto de los barrios marginales; yo cuido, quiero a mis hijos y les doy todo lo que necesitan; ellos no se meterán a ninguna pandilla. El individualismo nos lleva a asumir posturas de indiferencia frente al dolor y la necesidad ajena. El amor al prójimo no pasa de ser una retahíla que se repite cuando se ora.
El doloroso asesinato de este profesional me hizo reflexionar que ese ha podido ser mi hijo o el de alguno de los que miran con indiferencia lo que pasa y crece en la ciudad. En estos barrios olvidados por el estado e inundados por la pobreza y la desesperanza, se cocina todos los días, no siempre a fuego lento, la violencia intrafamiliar, la falta de oportunidades, el desempleo, embarazos adolescentes no deseados, el abuso sexual infantil, la drogadicción, falta de futuro, microtráfico y delincuencia. Por lo tanto, es allá donde debemos poner toda nuestra ayuda y atención. El delito no se combate sólo con policía, con cámaras de seguridad o con alarmas. Se combate con recuperación social y abriendo oportunidades. No es con caridad sino con solidaridad. Tampoco con politiquería. Es acompañando procesos desde y con la comunidad.
Estoy convencido que más vale un centímetro de acción que kilómetros de buenas intenciones. Con unos amigos y estudiantes de la UT vamos a organizar procesos para ocupación del tiempo libre de muchos jóvenes en algunos barrios de la comuna 7. No será a nombre de nadie en particular. Serán acciones con las que queremos contribuir. No vamos a discutir si el estado hace o no. Esa discusión permite a muchos disimular su indiferencia y no hacer algo considerando que eso le toca a otros. Creo que es una manera de devolverle a esta ciudad lo mucho que nos ha dado.

Invito a que cada uno piense qué puede hacer por Ibagué. Cómo puede ayudar a mejorar esta ciudad que decimos amar. Sin alharacas. Con acciones. Si cada uno se decide a hacer cosas buenas por la ciudad y abandonamos la indiferencia, el egoísmo y la apatía pronto tendremos la ciudad que nos merecemos. ¡Manos a la obra!

martes, 2 de diciembre de 2014

PANDILLAS JUVENILES EN IBAGUÉ

Un problema en la ciudad, que muchos desconocen y algunos no quieren ver, es el de las pandillas juveniles. Crece el número de barrios asolados por este problema y preocupa la indiferencia de las autoridades frente a él.
Las pandillas juveniles son pequeños grupos de muchachos y muchachas unidos por lazos de afecto, afinidad y solidaridad. Estas afinidades pueden ser variadas: amor por un equipo de fútbol, por un tipo de música, un estilo de vida, gusto por la droga o por fines delictivos, entre otros. Desde el programa de ciencia política de la Universidad del Tolima se realizó una investigación en barrios del extremo nor-oriental de la ciudad en la comuna 7. En sólo cuatro barrios encontraron 4 pandillas y una alta inseguridad.
Las características de los integrantes de estas pandillas fueron: núcleos familiares rotos, sentimiento que el estudio no les ofrece futuro, falta de reconocimiento social y familiar, marginamiento, tejido social escaso, violencia intrafamiliar y consumo de sustancias sicoactivas. Elementos comunes son el microtráfico y el comportamiento violento. Al entrevistar a algunos pandilleros se hizo evidente la falta de afecto en sus vidas, el maltrato crónico en el seno de sus hogares y el contacto temprano con el consumo, con expendedores de alucinógenos y el abandono del estudio o del trabajo.
Los que son hinchas del fútbol, aparte de su amor por la camiseta y el consumo consuetudinario y mezclado de bazuco, marihuana o alcohol, descargan sus pasiones con los vidrios, puertas o mobiliario de los vecinos. Si se atraviesa un hincha de otro equipo lo agreden y han llegado hasta apuñalarlos. Todos viven armados. El microtráfico es su supervivencia económica. La convivencia en estos barrios se hace muy difícil. Pero la violencia puede tener otros móviles, por ejemplo, castigan la infidelidad de alguna muchacha con un miembro de barra enemiga o el pisar territorios que consideran sagrados y propios. En estos barrios existen barreras invisibles que separan y dividen la vida cotidiana.
Otras pandillas se dedican al delito. Los jóvenes sienten una solidaridad en el grupo que la mayoría no recibe en su hogar, además se sienten protegidos porque saben que el que se meta con ellos se meterá con todo el grupo. Aprenden rápidamente a robar, a traficar y a buscar nuevos consumidores para poder venderles la droga y con el producido comprar lo que anhelan y mantener su consumo personal. Utilizan “carros”, así denominan a los niños que entran droga a sus colegios para distribuirla.

Estos jóvenes que se organizan en pandillas son hijos de la violencia y huérfanos de un estado débil y ausente. Son víctimas de la falta de oportunidades y de una sociedad indiferente donde el egoísmo, el individualismo y la soledad crecen como mala hierba para cosechar centenares de jóvenes que se pierden en el consumo de drogas ilícitas, en la delincuencia y que generan embarazos juveniles, nuevos hogares rotos y ambientes de inseguridad y dolor. La queja mayor de estos jóvenes es que la utilización de su tiempo libre solo les da la salida de la droga y la delincuencia…