viernes, 29 de agosto de 2014


INDIFERENCIA, POLITIQUERIA Y SALUD
La crisis de la salud está en un punto crítico. El sistema se ha vuelto insostenible. Cada uno de los actores trata de salvarse de cualquier forma. Varios factores inciden en la crisis. Para muchos el problema se solucionaría con más recursos. Es una mirada miope. Si bien es cierto hace falta plata, con tenerla no es suficiente.
Un aspecto que afecta gravemente la salud es la injerencia de la política clientelista que deteriora la calidad del servicio y produce efectos nefastos sobre la legitimidad y confianza de la ciudadanía. Los hospitales se convirtieron en un botín burocrático de las clientelas politiqueras nacionales y locales. También permearon y se apropiaron de los organismos de control en salud, por lo tanto la inspección es deficiente, la vigilancia no vigila ni ve ni entiende y el control es una fachada que da lástima y risa.
Los hospitales fueron saturados de nombramientos clientelistas. Especialistas con sobrecargas laborales que ganan fabulosos sueldos que no se compensan con el escaso tiempo que trabajan. Pero que no se pueden tocar porque la recomendación política es más importante que su desempeño laboral. Empleados administrativos que duplican funciones, entorpecen la buena marcha y cuadruplican los gastos. Los gerentes no obedecen a una lógica de méritos académicos y administrativos sino a intereses politiqueros. Por eso no administran sin permiso de sus jefes políticos. Para ellos no es la eficiencia administrativa lo que importa sino las cuentas politiqueras de los que los eligieron. No les preocupa prolongar agonías institucionales si tienen que proteger recomendados y consentidos de los politiqueros.
Las reformas van orientadas a pagar favores y nunca por el interés de servicio. Claro que todos dicen defender a los ciudadanos pobres y necesitados. Pero en la práctica cada sector tira para su lado ondeando la bandera de los derechos humanos y la sensiblería popular. De la mano de la politiquería crece la corrupción. Y esta se expresa en sobrecostos en los medicamentos y equipos médicos, en los excesivos recobros, en las auditorias amañadas, en desviación de recursos, nóminas paralelas, horas no trabajadas y suculentamente pagadas. Hasta los comités de participación ciudadana en salud fueron tomados por la politiquería. Los sindicatos, en muchas ocasiones, han contribuido con manejos corruptos. Algunos sindicalistas quieren pensionarse y heredar su puesto. Protegen a ultranza a malos funcionarios solo por la solidaridad sindical…
Los ciudadanos tienen razón al mirar con indiferencia el manejo de los hospitales y de todo el sector salud. Se lo han apropiado los políticos, los comerciantes, los profesionales de la salud, los sindicatos, los empresarios. En la práctica lo han privatizado pero a nombre de los intereses públicos. La ciudadanía no tiene nada que ver con ello, salvo pagar los platos rotos, financiar con sus impuestos los sueldos, sobrecostos, corrupción y politiquería, y figurar como la beneficiaria del mal servicio para sus dolencias y enfermedades. La crisis de la salud necesita la participación de la ciudadanía y el debate crítico de todos. Cada parte tiene algo de culpa y algo de damnificada. La solución es con todos, muy compleja, pero posible.
@agustinangarita

lunes, 25 de agosto de 2014


LIBERTADES Y DEBERES EN LAS REDES SOCIALES

La libertad es justificación de la vida. Sin libertad la vida carente de sentido. Por eso la libertad es un bien sublime consustancial con la vida. Los derechos humanos están vertebrados sobre este principio: respeto sagrado a la vida y defensa acérrima de la libertad. De allí se construyen los demás derechos. Todo derecho, para que no sea abuso, implica fuerte compromiso de responsabilidad. Para que el portador de un derecho lo pueda defender como legítimo, debe aceptar que ese derecho va hasta donde empiezan los derechos de los demás. Es decir, tengo un derecho porque los demás tienen el deber de respetarlo. Y los demás tienen derechos porque asumo el deber y la responsabilidad de respetarlos.
Todo ciudadano en Colombia tiene la libertad de expresar y difundir sus opiniones y pensamientos sin ninguna censura. Es libre de tener sus propias convicciones y creencias sin ser molestado por ellas. Son derechos protegidos por el Estado y todo ciudadano está obligado a respetarlos. Tal y como se dijo, toda persona que ejerza estos derechos con legitimidad, debe entender que tiene la obligación de respetar la intimidad personal y familiar, y el buen nombre de las personas sobre las que ejerce su opinión libre o su libertad de comentar.
Hoy las redes sociales se han convertido en espacios privilegiados para la libertad de expresión y la participación en asuntos públicos. Las redes posibilitan la fluidez, inmediatez y viralidad. Una red no es para la simple publicación de información, sino que necesita la interacción del usuario para funcionar. Las redes como herramientas permiten que los ciudadanos reaccionen frente a situaciones que consideren injustas, informaciones falsas o adulteradas o expresar sus puntos de vista ante sucesos cotidianos.
Ninguna red le autoriza a ningún individuo a ser grosero, calumniador, o a acabar con el buen nombre de otra persona o institución ni menos, meterse con la vida íntima o familiar de las personas. Infortunadamente se ha caído en este bache. Algunas personas inescrupulosas, para evadir responsabilidades, se esconden detrás de seudónimos o falsos nombres, para atacar con mentiras, falacias e infamias a sus contradictores. ¿Cuánto cuesta y cuanto se tarda en construir un buen nombre en una sociedad? ¿Cuánto daño se les causa no solo a la persona  que va dirigida sino a sus hijos y familiares cuando se difunden informaciones no verificadas, sin fundamento y cargadas de odio o mala fe? Construir es un proceso lento, paciente y difícil. Dañar, en cambio, es fácil e irresponsable.
Hay que defender sin bajar la guardia, la libertad de expresión en medios de comunicación y en redes sociales. Pero hay que exigir respeto, rigor, responsabilidad, seriedad, información veraz y hasta buena gramática y ortografía. Triste que haya que recurrir a la justicia para que los ciudadanos entiendan que su derecho a la libertad de expresión no puede ejercerse vulnerando derechos de los demás. El tema no es ser frentero sino honesto y respetuoso. Ya la Corte Suprema condenó a alguien por mal uso de las redes. ¿Seguirán las condenas?
*Médico y profesor Universidad del Tolima

domingo, 17 de agosto de 2014


AGUSTIN RICARDO ANGARITA LEZAMA
Uno de los temas más sonados, invocados y poco entendidos es el de la cultura ciudadana. Acotemos que toda cultura es aprendida. Un individuo no nace ciudadano, se convierte en ciudadano cuando interioriza que para vivir en una ciudad en comunidad, para gozar unos derechos debe cumplir unos deberes. Un comportamiento así debe aprenderse en todos los espacios vitales: en el hogar, en la calle, en la escuela, en el trabajo, etc. Un individuo en su accionar se hace ciudadano y de esa forma obtiene el reconocimiento como tal y es tratado como ciudadano.
La cultura ciudadana es un asunto esencialmente pedagógico, un tema de pedagogía social y convivencia. Mediante la cultura ciudadana se pretende mejorar tanto la gestión pública como privada, así mismo mejorar la participación ciudadana y la cultura democrática, a la vez de comprender la importancia de la responsabilidad compartida y la movilización social por el bien común.
Bogotá ha sido modelo de cultura ciudadana no sólo para Colombia sino para el mundo. Pero no por la ciudad en si misma sino por su creador: el pedagogo Antanas Mockus. Para él los cambios en los comportamientos de los ciudadanos ni se dan de la noche a la mañana ni espontáneamente. Requieren una propuesta pedagógica que entrelace de manera muy fuerte la ley, la moral y la cultura. Lo clave es entender que los cambios culturales necesitan que los valores morales de los ciudadanos vayan por el mismo camino de la ley y que estos valores se compartan en la vida cotidiana por la ciudadanía en general.  Por lo tanto, el asunto no es de meras campañas publicitarias o mimos en las calles.
El concepto de ciudadanía debe trabajarse desde las instituciones educativas pero no con una simple cátedra. Debe ser un asunto transversal a todo el quehacer escolar. También debe trabajarse en los espacios laborales privados y públicos para mejorar la relación de los ciudadanos con la ley y las normas sociales, buscando generar espacios para la autorregulación. Es piedra angular de este esfuerzo que las personas sientan que la justicia funciona. Que se castiga a los infractores y que no paga la ilegalidad. La justicia siempre refuerza el sentimiento de pertenencia.
Cuando lo anterior se da, mejora la capacidad ciudadana de cooperar, de ser solidarios y de buscar  acuerdos por el bien común. De esa forma los ciudadanos aprenden a ser capaces de llamar amablemente la atención a otros que realizan comportamientos inadecuados. Es la regulación mutua.
Construir ciudadanía es aprender a apropiarse de la ciudad, a usarla valorando y respetando su ordenamiento y entenderla como patrimonio común. Es respetar los derechos humanos. Es respetar y hacer respetar las normas de convivencia. Es comprender que si bien la costumbre puede hacer ley, existen costumbres y tradiciones en la sociedad que van contra la ley. Es temer más a la sanción moral y social que al castigo o la multa. Es fortalecer la cultura de la solidaridad colectiva como motor para la acción. Es exigirle a las instituciones cumplimiento, responsabilidad,  probidad, y además, respetarlas. Esto es cultura ciudadana.

miércoles, 13 de agosto de 2014

ESTADO DESARTICULADO

Son muchos los que piensan que el sector público funciona mal. En algo tienen razón. También son numerosos los que consideran que la eficiencia del sector privado se podría llevar a lo público. Son tecnócratas los que quieren gerentes en los puestos de dirección del estado y que la lógica empresarial lo guíe. En eso se equivocan. Ese no entender dos lógicas distintas y que funcionan diferente los ha llevado a cometer errores que empeoran la ya deteriorada marcha del estado.
La lógica de lo privado es producir ganancias, rentabilidad. Al trasplantarla a lo público se habla entonces, de manera eufemista, de ganancias sociales. A los ministerios, al igual que a las secretarías de gobernaciones y alcaldías, copiando a las empresas, se les pidió que construyeran misiones y visiones particulares. Así se fracturó el estado. Cada instancia gubernamental asumió que lo único importante era lo misional. Lo que se saliera de lo misional era espurio. La parte impidió ver el todo. A la creatividad y a la iniciativa se les cortaron las alas y lo rutinario gobernó. Los programas se volvieron rígidos, descontextualizados, poco flexibles. Desaparecieron las dinámicas propias y solo quedaron las inerciales.
Como si lo anterior fuera poco, por ser las misiones distintas, se actúa por separado, como islas o compartimientos estancos, como ruedas no articuladas, que si bien muestran resultados, no inciden de manera significativa en todo el proceso del estado. Revisando con detalle los informes de gestión, encontrará una larga lista de acciones aisladas que no transforman la realidad pero que si permiten ejecutar de manera diligente el presupuesto.
Esta desarticulación en el funcionamiento del estado hace que se dilapiden recursos, dupliquen esfuerzos, atienda de manera descoordinada, incoherente, inoportuna y discontinua a la ciudadanía. Los llamados al trabajo en equipo no dejan de ser buenas intenciones que muy poco se concretan. Cada uno tira para su lado y busca sobresalir aún a costa de los demás. Por eso algunos informes son inflados, maquillados y casi siempre fuera de contexto.
La solución no es un detallado manual de funciones o un capataz estricto vigilando oficinas. Tampoco un cuadro gigante presidiéndola con el organigrama de la institución. Menos las cámaras de vigilancia ocultas en sitios de trabajo. A lo público se le critica de forma inclemente casi siempre desde el desconocimiento y la ignorancia. En el estado hay gente valiosa, honesta y capaz a la que sólo se le mide desde la mirada obsesiva de la corrupción…
Para superar estos escollos se requieren liderazgos integradores. Que convoquen emocional y racionalmente al trabajo en grupo. Que convenzan con acciones, palabras, conocimientos y proyectos para desarrollar procesos de integración, articulación de funciones, a pensar en colectivo, a la creatividad e iniciativa permanente, a la flexibilidad y vocación de servicio.
Las dinámicas de lo público necesitan personas con conocimientos políticos, técnicos y de eficiencia administrativa. No gerentes ni meros tecnócratas. El estado urge de la buena política para que lo lleve a buen puerto. No de la politiquería cargada de clientelismo, intereses personales, ignorancia y corrupción. El estado necesita buenos políticos. ¿Los hay?

@agustinangarita