Recientemente tuve que asistir a
una entidad de salud local a tomarme unas imágenes diagnósticas. Mucho me
impresionó la displicencia y frialdad de la atención al público. En general las
personas que asisten a estas instituciones son pacientes aquejados por
múltiples dolencias. Muchos son campesinos o de otra ciudad. La mayoría, por no
decir todos, desconocen las rutinas y protocolos que allí se realizan. Por eso
los ve uno con un papel en la mano y tratando de leer los complicados letreros
de las oficinas, pasillos y consultorios buscando orientarse.
Cuando entregué las órdenes para
mis exámenes, la persona que me atendió nunca me miró a la cara. Con los ojos
fijos en el computador mientras escribía, me preguntó algunos datos y me ordenó
sentarme a esperar. Allí, mientras aguardaba, entablé conversación con otros
que también esperaban atención. Un señor me contó que estaba recién operado y
que le habían ordenado unos exámenes de control. Pregunté quien lo había
intervenido y no supo el nombre del cirujano. Medio me lo describió. Le
pregunté porque confiaba su salud a una persona que no conocía y me respondió:
a uno le dan una cita y lo atiende un médico, él le solicita exámenes, y luego
cuando uno va por los resultados lo atiende otro. Este lo remite donde el
especialista, que siempre está muy ocupado y no tiene tiempo para contestar
preguntas ni resolver dudas. Luego otro lo opera…
Estaba pensando en lo que me
decía, cuando me llamaron para mi procedimiento. Pese a que saludé, no me
retornaron el saludo. Me señalaron donde debía cambiarme y donde debía esperar.
Pasó una señora con caminar cansino, su bolsa de suero en la cabeza y una
historia clínica debajo de su brazo. Tiritaba por el frío. Su bata de paciente
hospitalizada no la cubría casi nada. El aire acondicionado funcionaba a todo
dar. Me imagino que para que a los empleados no les diera calor…
La señora se detuvo un momento y
me preguntó algo que no supe. Le propuse que se sentara y esperara a una enfermera
o un empleado para resolver su inquietud. Mientras tanto me contó el trato
distante y frío del personal médico y paramédico. Llegan por la mañana a la
habitación donde una está hospitalizada, junto a otros médicos o estudiantes y
enfermeras, hablan entre ellos, no saludan, lo tocan por todas partes sin
percatarse que una no está acostumbrada a que la desnuden frente a la gente y
menos si son hombres. Luego se van discutiendo entre ellos y una no puede
preguntar nada… ni siquiera de qué me operaron ni qué me sacaron. Me dijeron
que era un tumor. Más no sé de dónde.
Mientras llego todas las mañanas
a la universidad saludo y le sonrío a todas las personas que pasan a mi lado y
muy pocas me contestan y las que lo hacen es entre los dientes. ¿Será que es
doloroso devolver un saludo? ¿Será que los tiempos modernos exigen tener un
comportamiento adusto y huraño? ¿Será que la educación superior no tiene nada
que ver con esto de ser amable y cortés?
Las relaciones con las personas y
su entorno son las que nos hicieron humanos. Si estas se enfrían o se pierden,
es la humanidad lo que perdemos. Necesitamos, en todos los espacios y
oportunidades llenarnos de calor humano para dar, para entregar a manos llenas,
no importa que no nos lo devuelvan. Esta sociedad necesita respeto y buen
trato. No olvidemos que amor es darse, sin esperar cosas a cambio.
*Médico cirujano especialista en
medicina biológica.