jueves, 11 de agosto de 2011


¿GOBERNAR O ADMINISTRAR?
Por: AGUSTÍN ANGARITA LEZAMA
Desde hace varios años se viene impulsando la tendencia de aplicar a las organizaciones públicas, los principios y modelos de gestión de las organizaciones privadas, pretendiendo establecer una nueva y eficaz forma de Estado, una nueva manera de gobernar y de gestionar lo público. Por eso se escuchan comentarios que buscan gobiernos con enfoques de la gerencia privada, como calidad total, gerencia sin defectos, etc. El gobierno resulta reemplazado por la administración. Se ha llegado al caso que los mismos gobernantes no hablen de gobernar sino de administrar.
Estos enfoques ya han fracasado. Se insiste en ellos por el desconocimiento y la confusión entre administrar y gobernar. Según Pedro Medellín, el concepto de administración involucra un criterio inercial, rutinario, que mantiene su ritmo sin cambiar de rumbos, que se reduce a asignar recursos. Por eso son apetecidos principios como planeación, dirección de personal, control interno y manual de funciones, etc. Se buscaría determinar metas y objetivos verificables, medibles y tangibles. Por otro lado, la esencia de la administración es la estabilidad. Sus propósitos deben ser establecidos con anterioridad, y sus metas no se pueden exponer a acciones contingentes, descoordinadas o producidas por súbitas presiones externas. Además, una administración está motivada por la generación de ganancias que al reinvertirlas hagan crecer el negocio.
La política es otra cosa. En ella se enfrentan grupos de individuos, con criterios y prácticas diversas, que luchan por establecer un orden social determinado, y que buscan convencer, en torno a principios, tradiciones y valores, a la sociedad para que les permitan dirigirla. Contrario a la administración, la naturaleza de la política no está definida de antemano por verdades fundamentales, siempre validas en cualquier tiempo y lugar. Los principios y valores que determinan la política son relativos, dependen de los contenidos ideológicos con que los políticos asuman una situación cualquiera. Sus metas y objetivos, por más que se esfuercen los técnicos, sólo son parcialmente verificables, muchos no son tangibles y menos mensurables. Como el campo de acción de la política es la dinámica de la relación Estado-sociedad y sus conflictos, su naturaleza tiene que ser cambiante, para atender sin demora, los cambios y exigencias permanentes de la comunidad y sus organizaciones, así como, dar respuesta a los ajustes que se requieren para acomodar el Estado a esas transformaciones y reorganizaciones.
Si la política está determinada por el conflicto social, por las diferentes racionalidades e intereses que se enfrentan, que en ocasiones son irreconciliables, entonces la política se  mueve en el terreno de las incertidumbres, no de las certezas y seguridades.
La política busca afectar el sentido y el contenido de las decisiones públicas, marcar los rumbos de las acciones del Estado y del gobierno. Eso requiere tacto, sabiduría, intuición, audacia, habilidad, improvisación, conocimiento y paciencia. Todas reunidas. Pero no creer que se pueda llegar con un libreto escrito donde estarían las respuestas a todos los problemas, como piensan los simples administradores de la política.
Si bien es cierto política y administración son dos cosas distintas, un buen gobernante debe ser un político experto y capaz que sepa administrar, pero que tenga la visión, el carácter, la legitimidad y la autoridad suficiente para, al tomar la dirección del gobierno, modificar los rumbos donde se necesite, mantenerlos si es del caso y si toca, dar marcha atrás…