El tema de la paz está en boca de
mucha gente. Unos porque la desean con firmeza y otros porque no creen en el
proceso que desarrolla el gobierno. Las sensaciones frente a la paz son disímiles.
Para unos la firma del tratado de paz será suficiente para iniciar la
transformación del país. Otros la ven como una imposible tarea. Muchos son
escépticos. Pienso que la firma es parte del proceso, es un inicio, pero se
deben allegar muchas cosas para atemperar la paz.
Hemos aprendido a vivir en un
ambiente de competencia y enfrentamiento. Una sociedad patriarcal como esta
hace pensar que la vida es campo de lucha, que no hay que confiar en nadie, que
vivimos en eterna competencia, que nada se nos dará gratis y todo lo debemos
ganar… La creencia en una lucha permanente por la supervivencia, nos pone en la
disyuntiva de ganar o ganar. No sirve dialogar ni escuchar. Solo sirve obtener
lo que se quiere, no importa cómo. La violencia, como instrumento para ganar,
ha copado muchos espacios y la consideramos como algo natural, como algo normal
en nuestra cotidianidad.
Para muchos hablar, debatir y
discutir es perdedera de tiempo. Hay que ir a los hechos. Mientras más
contundentes mejor. ¿Para que hablar si con acciones de fuerza y violencia
podemos lograr lo que queremos, y muchas veces más pronto? Hemos aprendido que
volvernos problema, mejor si es con violencia incluida, da más réditos que los
trámites legales. La legalidad no alcanza y requiere el refuerzo de la violencia.
Si a la gente en un barrio no le
pavimentan una calle, recurren a la violencia y taponan vías con carteles de
protesta para buscar soluciones. Los vendedores ambulantes para evitar
desalojos o retención de mercancías, recurren a marchas que terminan en
disturbios para hacerse sentir. Los hinchas de un equipo de fútbol, están
dispuestos a morir o a matar, por defender el honor de su divisa. Los
conductores de vehículos públicos bloquean las calles; los campesinos se toman
las instalaciones de las oficinas oficiales; los sindicalistas se toman sus
empresas; los pacientes cansados de esperar agreden a los médicos y personal de
salud; algunos comunicadores vomitan sus odios personales cuando comentan los
sucesos cotidianos; un padre de familia desahoga frustraciones golpeando a su
mujer a o sus hijos… en fin, ¡la apología de la violencia!
Estos actos violentos no tienen
justificación, sin embargo, los justificamos. Son miles las personas que creen
válido que los padres castiguen violentamente a sus hijos. Es más, muchos
piensan que la norma que prohíbe lastimar a los niños es la causante de los
males de la sociedad. La norma no prohíbe reprender, insta a formar, pero no a
castigos físicos. Como sólo aprendimos a castigar, al prohibirlo, se cree que
no hay que hacer nada. Y ese no es el espíritu de la norma. Hay docentes que
añoran las épocas de los castigos físicos y ahora viven en el importaculismo,
dejando hacer lo que se les da la gana a los estudiantes, pero culpando a las
normas.
Debemos hacer visibles los
comportamientos violentos que la costumbre ha hecho ver como normales o
naturales. De ahí depende de verdad la construcción de la paz.
*Médico especialista en Medicina
Biológica