Vivimos en una
sociedad patriarcal. Es decir, en una sociedad donde predomina la cultura de la
competencia, del enfrentamiento, del poder como dominación, de la manipulación,
el dominio, el control, la jerarquización, la negación del otro y las
violencias. El patriarcado cultural se expresa claramente en la apropiación de
la verdad. Cada uno de nosotros cree tener la posibilidad racional de acceder
por un camino especial a la verdad y desde allí asumimos que podemos doblegar
la resistencia mental de los demás con nuestros supuestos argumentos objetivos.
La discusión sobre el plebiscito es una demostración clara de esta guerra
verbal.
Como cada grupo se
ha apropiado de la verdad está convencido que tiene la razón. Por eso los
diálogos son de sordos. Ninguno quiere escuchar al otro sino imponer su verdad.
Y en todas las discusiones el tono sube y se caldean los ánimos. En ocasiones
terminan en violencias. Es paradójico que un debate por la paz encienda odios y
rencores degenerando en insultos y vituperios.
Cada ser humano ha
construido sus puntos de vista mediados por la cultura, por su experiencia de
vida, por su educación, por su entorno. Por lo tanto, cada ser humano tendrá
puntos de vista diferentes, pero igualmente válidos. Si entendemos esto, tendremos
que aprender a respetar los puntos de vista de los demás que, si bien es cierto
no siempre los compartimos o aprobamos, tienen tanta validez como los nuestros.
Si de manera desprevenida escuchamos a los demás, podremos darnos cuenta de lo
que argumentan y es posible que les demos en ocasiones la razón y nos
convenzan. Eso es respetar para que nos respeten. Pero si solo nos interesa que
nos escuchen y nunca escuchar, vamos haciendo una amplia calle de honor a la
violencia…
No debemos permitir
que decidir si queremos o no que un grupo armado se integre a la vida civil y
deje de asesinar, secuestrar, extorsionar y hacer daño, nos divida y terminemos
más llenos de rabia y odio que antes de esta convocatoria. Entiendo a los que
tienen sed de venganza y quieren ver a los cabecillas de las FARC pudriéndose
en la cárcel. También entiendo a los que se cansaron de la guerra y quieren que
esto pare. Lo que no comprendo es que unos y otros se insulten y se miren con
desprecio porque tienen puntos de vista diferentes. Estamos echándole sal a
nuestras heridas y así no sanan. Deseo de todo corazón seguir queriendo a mis
amigos no importa si votan SI o si se deciden por el NO. Nuestra sociedad tan
acostumbrada a la violencia y la guerra necesita que sembremos respeto en
nuestras almas para que de verdad germine la paz y la convivencia.
Los fusiles se
pueden callar. Pero si nuestros corazones siguen cargados de irrespeto por los
demás, va a florecer de nuevo el odio, la envidia, la incomprensión y la
violencia. Y para desgracia de todos, la paz, cual paloma, lo que hará es volar
muy lejos…