jueves, 21 de octubre de 2010

ELEGIA POR MI AMIGO

Cuando un amigo se marcha abrazado con la parca, nos inunda la tristeza, y aunque la vida sigue, la impronta de su ausencia se siente permanentemente, y progresa con el discurrir de los días, los meses y los años. Los amigos son la posibilidad de la vida. Es con las personas que uno poco a poco va aceptando como legítimas para la convivencia, como se construye el tejido social que caracteriza lo humano, esas personas son los amigos. No es posible una sociedad sin la amistad. Es el afecto y el respeto el pegante, el cemento, que solidifica los lazos de amistad.
Por estas fechas se hace más vivo el recuerdo de mi amigo Jorge Álvarez Agudelo. Su partida me dejó un vacío en el alma, que con el tiempo crece y se hace más hondo. Es como un desgarramiento que no cesa ni amaina. Un alarido desde las entrañas del dolor.
Conocí tarde a Jorge. Cuando era niño, en mi casa oí hablar de él a mi padre el periodista Agustín Angarita Somoza. Trabajaban juntos en el diario El Cronista. Participaban, pero en diferentes espacios, de la rutilante carrera política de Alberto Santofimio. Marché a estudiar medicina a Popayán y me desvinculé del medio. En la mitad de mi carrera falleció papá, quien era el soporte económico de mi casa, lo que me obligó a trabajar y estudiar para sostener mi familia. Ya profesional y con estudios de post grado, retorné a la capital musical. Dicen que la sangre tira, y me acerqué a las lides periodísticas. En ese sendero conocí a un ser humano en toda su esencia, a mi compañero de sueños, Jorge Álvarez.
Era un embrujo conversar con Jorge. Su agudeza intelectual le permitía captar lo que estaba entrelíneas y que muchos no detectaban. Su baja estatura la compensaba con una ternura desbordante y una alegría contagiosa. Era una cajita de sorpresas. De sobria elegancia y de una sencillez sin presunciones. Sabía ser mordaz sin altanería ni grosería. Lector apasionado y crítico, lo que permitía su mirada cosmopolita que descollaba en medio de la parroquial ciudad de sus sueños. Siempre me impresionó su lealtad. Sabía ser amigo de sus amigos y no los abandonaba en sus tropiezos. Veneraba a Santofimio, pero esa admiración no lo obnubilaba para reconocer los errores y falencias de su amigo. En más de una ocasión lo vi casi enemistarse por defenderlo, cuando creía que se era injusto con él. Seguramente Jorge se equivocó muchas veces, pero acertó más.
Su amor por Talena, ese vórtice de inteligencia, paciencia, afecto y ternura que lo alimentaba, era de antología. Se solazaba recordándolo. Y si un tesoro, junto con Talena, tenía Jorge, eran sus hijos. ¡Cómo los quería! Eran la razón de su vida y el fuego que avivaba sus momentos tristes. Se crecía de orgullo contando de ellos sus pequeñas y grandes historias. ¡Cómo lo deben extrañar! Talena, seguramente, carga con un mar de recuerdos bellos e imborrables que le marcan su mirada y su corazón con la tristeza dulce de haber amado sin reparos a un ser humano que la amó sin cortapisas.
Con unas lágrimas, que indiscretas me encharcan la mirada, levanto mi voz para recordarte, como diría el poeta que tanto degustamos, compañero del alma, compañero…