jueves, 6 de enero de 2011

BÁRBAROS ARMADOS
Por: AGUSTIN ANGARITA LEZAMA
Hoy, pese a los esfuerzos de fundamentalistas y mentes anticientíficas, se habla de la evolución. No obstante, estoy convencido, que no la entendemos. Huxley decía “que lo curioso de la teoría de la evolución, es que todo el mundo cree que la comprende”. Es que a simple vista parece sencilla. Muchos interpretan que la evolución consiste en que los más fuertes sobreviven siendo los ganadores y seleccionados por la naturaleza, y que los débiles serían descartados y  perdedores. De aquí se podría colegir, que los exitosos serían los que aplican de manera acertada la ley del más fuerte. Sin embargo, están equivocados, esto es una vulgar caricatura de lo que es la evolución. Pero, esta equivocación ha echado raíces y se ha metido en el imaginario de la gente.
Esta interpretación calza perfectamente con el pensamiento patriarcal que asume que los hombres, al creerlos más fuertes, serían mejores que las mujeres. Y que la fuerza sería la característica más importante a demostrar  para ser exitoso. Ser hombre, entonces, sería hacer alarde de fuerza, de valentía, de intrepidez, de capacidad de lucha y conquista. Al ser que no es valiente, que no se ufana de su fuerza, que asume sin sonrojo miedos y temores se le endilga el remoquete despectivo de mujer. La vida misma se entiende como una afrenta, como un combate para “ganarse” el sustento, como una “lucha” contra la pobreza, contra la adversidad.
Es llamativo escuchar los discursos en los entierros, donde refiriéndose al difunto, se hace como si el muerto hubiera sido un luchador incansable, un defensor, un adalid, un guerrero justiciero. ¿Será esta estúpida creencia, la que lleva a la gente, en este caso a hombres y mujeres, a pensar que para ser exitosa, para que la guerra de la vida se defina a favor de ella, además de la mentalidad guerrera, hay que vivir armada? En las barriadas populares y en el campo poseer un arma de fuego es sinónimo de respeto.  Es como si la inteligencia se agolpara en el dedo que tira del gatillo.
Esta fiesta de Año Nuevo estuvo manchada por muertos y heridos, por balas perdidas, especialmente de niños. Balas disparadas por imbéciles que están convencidos que su valentía y posibilidad de éxito están resguardadas por su arma. Estos pobres seres se creen evolucionados por sentirse los más fuertes.
Como en este país las acciones de prevención son un chiste, cuando  hay muertos, se acuerdan que el tráfico de armas es fuente de astronómicos ingresos para la mafia; que no se tiene un seguimiento riguroso de las armas que el Estado ha entregado ni de la población que está armada. Un verdadero Estado de derecho tiene el monopolio de las armas, o el monopolio de la fuerza, como diría Weber. Es decir, la población civil no debería estar armada. Si el Estado entrega armas a los ciudadanos estaría reconociendo que él no es capaz de ofrecer la seguridad por la que pagan impuestos esos ciudadanos, y que es una de las funciones fundamentales para que exista el Estado. Si los ciudadanos consideran que para ser exitosos y valientes necesitan armas, la educación que se les está impartiendo está equivocada. Habría un grave problema de mentalidades y no sólo de disposición de armas de fuego. La urgencia sería de calidad de educación.