CULTURA CIUDADANA
Muchos se quejan
del desorden en la ciudad. También son muchos los que contribuyen al desorden.
Veamos ejemplos: Es grande el número de ciudadanos que deciden parquear en las
calles, dejando sus vehículos expuestos a ladrones, vándalos y accidentes. Si
las calles son estrechas, peor si nos parqueamos en las vías. Otros están
convencidos que el pito mueve a los vehículos, y pitan desde antes que cambie
el semáforo. El ruido de los pitos de carros y motos al primero que afecta es
al conductor y después a todos los que vivimos en la ciudad.
El ruido también
tiene que ver con los vendedores de productos que usan megáfonos a alto volumen;
con los altoparlantes de almacenes que a todo grito ofrecen sus productos, con
la maquinaria de las construcciones, con la música de discotecas y ventas de
trago, con los carros que ponen música para que la oigan desde Girardot o las
congregaciones religiosas que piensan que Dios es sordo y que sus cánticos
deben llegar hasta el cielo.
El desorden tiene
que ver con los conductores de vehículos que no respetan los carriles
respectivos, que no detienen completamente la marcha en los pares, que aceleran
su marcha cuando el semáforo está en amarillo, que detienen sus vehículos sobre
la zona de cruce de peatones. Con los motociclistas que adelantan a otros
vehículos por la derecha, que se suben a los andenes y no respetan los
carriles. Todo esto está prohibido por ley, pero no hay autoridades que la
hagan cumplir.
El desorden de la
ciudad también tiene que ver con los comerciantes y dueños de restaurantes que
sacan desechos de sus negocios a horas diferentes de su recolección,
favoreciendo que transeúntes y animales callejeros hagan regueros en las vías,
separadores o andenes. Igual ocurre con los residuos sólidos domiciliarios y
los ciudadanos que botan basura en las calles.
Generan desorden los
ciudadanos que exponen su vida e integridad al cruzar avenidas por debajo de
los puentes peatonales o por fuera de las zonas demarcadas para su paso. Duele
ver a muchas personas dañando las plantas sembradas para embellecer los
separadores, por pasar la calle a mitad de cuadra. Peor los que no respetan los
semáforos. O los ciclistas que manejan en contravía y sin respetar señales de
tránsito. Y los que reparan vehículos en la vía pública o en las aceras.
Lo anterior y mucho
más, amerita un compromiso serio, cuidadoso, continuado sobre cultura
ciudadana. Pero un verdadero programa integral, no simples campañas publicitarias
ocasionales con mimos y cartelitos que no causan impacto pero si sangran el
erario. Un programa de cultura ciudadana debe ser una apuesta pedagógica que
permita interiorizar en el corazón y la mente de los ciudadanos el respeto por
las normas, la responsabilidad moral de cumplirlas y el consecuente castigo cuando
se incumplan.
La cultura
ciudadana busca construir ciudadanía como un patrimonio de la sociedad. Kant
decía que los humanos, para vivir en comunidad, teníamos la obligación
absoluta, como imperativo categórico de regular nuestra conducta. Esta
autorregulación es cultura ciudadana.