jueves, 16 de diciembre de 2010

LA DEFENSA DE LA VERDAD Y LA DENUNCIA DE LOS PRIVILEGIOS
La constitución de 1991 pretendió ser una Carta para la Paz. Y apostó a ello. Un elemento importante para poder consolidarla era tratar de eliminar una serie de privilegios que camuflados bajo el rostro de derechos, hacía de los derechos una buena intención, un propósito sano y en ocasiones, un chiste. En las empresas, en los bancos, en la escuela, en el trabajo, en la formación cívica y hasta en la moral religiosa se hablaba sólo de deberes, muy poco de derechos. Es como si la vida estuviera pensada para simplemente obedecer. Unos pocos mandaban y otros muchos obedecían. Si se examinan con cuidado los manuales de buenos modales, son una invitación a obedecer y a cumplir reglas y mandatos.

Construir un país con Paz y con democracia no se puede lograr basado en privilegios. Tanto la libertad como la igualdad y la dignidad humana son los sustratos de la Paz. Una de las decisiones de los Constituyentes contra los privilegios, fue plasmar en la Constitución la eliminación de la inmunidad parlamentaria. Era vergonzosa la patente de corsario que tenía la clase política para, prácticamente, delinquir ante los ojos de todos sin responder por sus actos. En otra ocasión habíamos dicho que si un derecho no va aparejado con un deber, es un privilegio. La clase política, especialmente los parlamentarios, tenían derechos, pero casi ningún deber.

Una norma no es suficiente para derrotar una costumbre. Las costumbres, con mucha frecuencia resultan derrotando las leyes y decretos que las contradicen. Se requiere tiempo y perseverancia para que una costumbre se modifique. La pérdida de esa inmunidad parlamentaria, en parte, explicaría el abultado número de congresistas investigados y condenados. Y por el mismo camino, otros políticos, llámense alcaldes, concejales, gobernadores, secretarios de despacho u otros altos funcionarios. Como la ciudadanía se podría dar cuenta de las fechorías de los miembros de la clase política, estos optaron por acciones a su medida. Comprar la prensa mansa para que los alabaran, para que los endiosaran, para que fueran sus cómplices. Y perseguir a los que no se doblegaran a sus caprichos.

La clase política en general, detesta la prensa libre. Odian que publiquen sus andanzas con las mafias, sus riquezas ilícitas acumuladas, sus trapisondas para ganar elecciones, repartir contratos, puestos y canonjías. Las noticias de sus actos son tachadas como montajes, envidias de sus enemigos o acciones de periodistas de mente retorcida.

Como tolimense, como ciudadano y como demócrata celebro la independencia y el respeto por la libertad de prensa expresada por El Nuevo Día, su dirección y sus periodistas. Entiendo las arremetidas de los corruptos contra el periódico. Ellos quieren mantener intactos sus privilegios, pero el periódico, comprometido con las libertades democráticas y con los derechos de los ciudadanos, resiste. La ciudadanía cada día entiende mejor esto y por eso, como en el poema de Zalamea, crece la audiencia. La honradez parece débil, pero es terca y ante el fuego de la corrupción, se retuerce y parece quejarse, pero al final se convierte en acero y espada justiciera. Celebro la existencia de la prensa libre, aplaudo la existencia de la prensa independiente y me alegra que El Nuevo Día siga cumpliendo años.

P.D. Feliz Navidad y próspero Año Nuevo para todos y todas.